Decía el Padre Pío que los ángeles sólo nos envidian por una cosa: ellos no pueden sufrir por Dios.

Al Cielo, de hecho, se llega por Amor, que lleva implícito siempre el Sufrimiento, con mayúsculas. Recuerdo, a este propósito, el best-seller reciente en España titulado La inutilidad del sufrimiento, que es precisamente lo que reclama esta sociedad hedonista y apóstata.

Del Sufrimiento por Amor pueden darnos soberanas lecciones todos y cada uno de nuestros santos, que son legión. Por no hablar del Sufrimiento más sublime de la historia: el de Nuestro Señor Jesucristo en la Cruz.

Enterado de la canonización de Juan Pablo II el próximo día 27 de abril, fiesta de la Divina Misericordia, creo oportuno recordar ahora el gran sentido del sufrimiento del todavía beato.

Además de los ayunos, que efectuaba con rigor extremo, Karol Wojtyla pasaba a menudo las noches desnudo y tumbado en el suelo, como escribe el postulador de su Causa de Beatificación, el también polaco Slawomir Oder.

El ama de llaves que tenía en Cracovia descubrió un día que el entonces arzobispo deshacía la cama para disimular. También se flagelaba con un cinturón de pantalón especial que empleaba como látigo y que le acompañaba siempre en Castel Gandolfo.

Todos los viernes, Juan Pablo II renovaba simbólicamente la pasión de Cristo con la práctica del Via Crucis; incluso en la víspera de su muerte, el 1 de abril de 2005, pese a la fiebre alta y la extrema dificultad para respirar que le impedían casi articular palabra, pidió un folio y un bolígrafo para escribir que, dado que era viernes, deseaba hacer el Via Crucis. Y lo hizo…

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