“Entonces, él ordenó a los discípulos no decir a nadie que él era Cristo” ¿Por qué esa orden? Para que, todo motivo de escándalo fuera descartado, la cruz y su pasión cumplidas, todo obstáculo capaz de detener a la multitud de creer en él aplazado, el conocimiento exacto de que él tenía poder se graba profundamente ya en todas las almas. Su poder no tenía aún el brillo de una manera resplandeciente. El esperaba, porque ellos predicaban, que la evidencia de la verdad y la autoridad les hacia confirmar el testimonio de los Apóstoles. 
 

Otra cosa era el ver ahora multiplicar los prodigios en Palestina, después en el blanco de las persecuciones y los ultrajes, y la cruz  iba seguida de estos prodigios; otra cosa de ver adorada, creída por toda la tierra, al refugio de los tratamientos que otras veces  había sufrido. Mira, por qué les recomienda no decir a nadie. (San Juan Crisóstomo Homilías sobre san Mateo 54, 1-3) 

Este pasaje de San Juan Crisóstomo no habla de un aspecto del Señor que a veces pasa desapercibido: la precaución. Esta misma faceta aparece cuando recomienda a los apóstoles, ser “Astutos Como Serpientes y Sencillos Como Palomas” (Mt 10,16) 

Si Dios tiene todo el poder ¿Por qué este cuidado con las formas y los tiempos? “Todo tiene su momento oportuno; hay un tiempo para todo lo que se hace bajo el cielo” (Ec 3,1) El plan de Dios tiene su tiempo y su cadencia. De nada nos vale afanarnos en ir más rápido que la voluntad del Padre, ya que nuestro afán será infructuoso. 

Si nos fijamos en todo lo que nos rodea, encontraremos prisas, horarios, calendarios, puntualidades, objetivos y miles de pasos intermedios. Vivimos en la era del estructuralismo. Damos más importancia a las redes que al lugar y el momento en que debemos de echarlas. Pensemos en el episodio evangélico de la pesca milagrosa. Los pescadores se afanaron toda la noche intentando pescar, pero la voluntad de Dios era diferente al afán de estos pescadores. Cristo señaló el lugar y el momento, para que las redes estuvieran llenas a rebosar. 

Nadie duda de la importancia de las redes y de nuestra capacidad de utilizarlas con habilidad. Tampoco nadie duda de nuestra voluntad por hacer lo que creemos que debemos hacer. Pero ¿No es extraño que nuestros afanes y preparativos no terminen de dar frutos? Pensemos en la evangelización y los pobres resultados que se obtienen para los esfuerzos que se acometen. Pensemos en la labor asistencial y social de la Iglesia. Pensemos en las vocaciones y en otras decenas de cuestiones que parecen estancadas. 

Es normal que nos sintamos desesperanzados y dolidos con las circunstancias. No es raro que busquemos en qué nos estamos equivocando y no encontremos nada que podamos cambiar por voluntad personal. En estos momentos de desesperanza, es necesario pensar que Dios sabe cuándo y cómo lo imposible se convierte en algo natural y evidente. Dejemos que Dios sea Dios y aceptemos su voluntad. Aprendamos a esperar con esperanza

Sólo espera quien tiene esperanza en su corazón. Quien la ha perdido, desespera y deja lo que tiene entre manos. 

Dios hizo todo hermoso en su momento, y puso en la mente humana el sentido del tiempo, aun cuando el hombre no alcanza a comprender la obra que Dios realiza de principio a fin”(Ec 3, 1011)