Perdonen que vuelva al tema de la entrevista que el P. Antonio Spadaro ha realizado al Papa Francisco. Permítanme señalar dos aristas relacionadas con la dimensión comunicativa de la Iglesia: la problemática de la comunicación del Santo Padre y la estrategia comunicativa que suele emplear.
 

Las palabras del Papa nunca caen saco roto, ya que tienen relevancia social a nivel mundial. Son un referente para todos los católicos, pero también para muchos cristianos, no cristianos y hasta para agnósticos y ateos. En este caso las palabras del Papa no son magisteriales, lo que abre un interesante espacio para la reflexión y el diálogo. Además, la entrevista se mueve, con soltura, en cuatro dimensiones: la personal, la relativa a los jesuitas, la Iglesia en general y el mundo, Para interpretar las palabras del Papa, sería deseable que diferenciamos estas dimensiones y no confundamos unas con contras.

El peligro que conlleva la relevancia comunicativa es la tendencia a tomarlas de forma monolítica, dando por sentado que son “cuasi-magisteriales”. Este problema no se da sólo entre los católicos, sino que se produce también entre cristianos más o menos cercanos al catolicismo y entre no cristianos y no creyentes. Curiosamente, las mismas palabras han generado la misma sensación de “engaño” en algunos católicos bien formados y en sólidos ateos. ¿Cómo es posible? Evidentemente, las palabras del Papa impactan en el mundo y lo hacen, a veces, de forma "peculiar".

La razón que lleva a encontrarnos con reacciones similares en colectivos tan diferenciados, tiene que ver con uno de los problemas comunicativos de la Iglesia: la falta de selectividad en el canal de comunicación con la sociedad. ¿A qué me refiero? Cuando habla públicamente el Papa, un obispo, un sacerdote o hasta un simple laico, se sobreentiende que es la Iglesia la que habla, pero no siempre es así. Otro elemento a tener en cuenta es que es imposible comunicar con toda la sociedad utilizando un mismo lenguaje. Para que el mensaje sea comprensible por todos, debería ser traducido al lenguaje que cada colectivo reconoce como suyo. Como no es posible realizar esta traducción, siempre tenemos errores en la comunicación de masas que realiza la Iglesia. Según el lenguaje empleado se aleje del colectivo que es capaz de entenderlo óptimamente, los errores serán más graves. Por ejemplo, el lenguaje de Benedicto XVI era impresionantemente preciso, claro y motivador para los colectivos que eran capaces de sintonizar con él. Para otros colectivos, las palabras del Santo Padre Emérito eran incomprensibles o producían gran cantidad de malos entendidos. Igual le sucedió a Juan Pablo II y le sucede ahora al Papa Francisco.

La estrategia comunicativa del Papa Francisco es muy diferente a la de los Papas anteriores. Aunque no diga nada diferente y no se contradiga con ellos, su lenguaje busca incidir con un grupo de personas particular. El mismo lo dice con frecuencia, su objetivo son las periferias. Los alejados, los tibios, los desesperanzados, los dolidos con la Iglesia, los que sienten fuera del espacio eclesial. A estos colectivos, el Papa Francisco les entusiasma y les llena de manera espectacular. Muchos dicen a este Papa sí se le entiende y que este Papa sintoniza con ellos. Esta efectividad de transferencia del mensaje, contrasta con los problemas comunicativos que están apareciendo en colectivos menos “periféricos”.

¿Que se consigue con este lenguaje enfocado hacia las periferias? El efecto es formidable. Es como si de repente apareciera un nuevo cartel en la entrada de cada templo, parroquia o espacio eclesial. Un cartel que diga: entra, han desaparecido las condiciones para que te que acerques. A ti que sufres, te acogemos con ganas y afecto. A ti que te sientes desconectado, pero deseoso de Dios, esta es tu casa. ¿No es maravilloso?

¿Qué sucede si este cartel lo lee un católico entregado, recto y hasta sufriente por ser fiel a la Iglesia y a Cristo. Pareciera que la Iglesia se hubiera vuelto loca. De repente, parece que la Iglesia no le habla a él, ni le da valor a su entrega diaria ni a lo que tanto ha sufrido. Es lógico que se sienta dolido y que se replantee la lógica de tantos enfrentamientos con el mundo.

Más o menos le pasa lo mismo que al Hijo fiel de la parábola del Hijo Pródigo. Es curioso, pero en la mayoría de las interpretaciones se le critica y se le señala como malvado. ¿Nadie es capaz de tener misericordia con su sufrimiento y su sorpresa? Pues si. Curiosamente es el Padre quien muestra misericordia con su estado de confusión:

"El se irritó y no quería entrar. Salió su padre, y le suplicaba. Pero él replicó a su padre: "Hace tantos años que te sirvo, y jamás dejé de cumplir una orden tuya, pero nunca me has dado un cabrito para tener una fiesta con mis amigos; y ¡ahora que ha venido ese hijo tuyo, que ha devorado tu hacienda con prostitutas, has matado para él el novillo cebado!" Pero él le dijo: "Hijo, tú siempre estás conmigo, y todo lo mío es tuyo; pero convenía celebrar una fiesta y alegrarse, porque este hermano tuyo estaba muerto, y ha vuelto a la vida; estaba perdido, y ha sido hallado."

El Padre salió de la fiesta para buscarlo y además le suplicaba. Esto no lo hizo con el hijo descarriado. Le suplicaba buscando que aplicase la misericordia para entender lo que realmente pasaba. Es evidente que el Hijo Mayor era muy importante para el Padre. Le señala que, por ser fiel y constante, no ha perdido nada de lo que suyo en heredad: “Hijo, tú siempre estás conmigo, y todo lo mío es tuyo” ¿Qué podía temer de su hermano menor? Nada, pero la misericordia siempre sorprende y nos plantea un reto personal. 

Creo que a muchas personas les falta entender la misericordia y salen escandalizados de quien siente la herida del pecado que todos llevamos encima. Tras el dolor viene la capacidad de buscar su razón y abrir nuestro corazón para que la Gracia del Señor nos sane. No nos mofemos de quienes se sienten despechados y aturdidos por las palabras de Papa Francisco, son merecedores de la misma misericordia que el Santo Padre señala como camino para acercarnos a las periferias. A veces, nuestras certezas desaparecen y resulta que las periferias somos nosotros mismos.