(Versión libre de un cuento alsaciano)

Un atardecer, en el Cielo, despachados los asuntos del día, Dios se propuso descansar haciendo su paseo habitual. Acompañado por el Arcángel San Miguel, deambuló por el Supra-supra de los Cosmos, hasta que un poco cansado se sentó en un blanco poyete, que a modo de balcón dominaba el Universo. Apoyando la mano en la mejilla de su Divino Rostro admiraba complacido las maravillas que Él había creado, sus inmensidades, sus esplendores..., hasta que interrumpió su contemplación, señalando, allá lejísimo, un insignificante de entre los insignificantes, punto diminuto, y volviéndose hacia el Arcángel, sentado respetuosamente a sus pies, y que le miraba embelesado, le preguntó:

“Oye, San Miguel ¿qué es ese punto tan pequeño?”

Asombro del Ángel, que con un levísimo acento de reproche le respondió:

“Señor, ¡es la Tierra que habéis creado!”

“¡Ah!”

“Y esa especie de pequeñas hormigas que se arrastran por ella, ¿qué son?”

Pasmo de San Miguel: “¡Pero Señor, son los hombres!”

“¿Y para qué sirven?”

Estupefacción del Arcángel: “Para adoraros, y trabajar para venir al Cielo...”

Movimiento afirmativo y complacido.

Pausa y nueva pregunta del Señor:

“Veo que han construido unas bellas torres góticas, cúpulas... ¿para qué?”

San Miguel al ver tanta “ignorancia”, ya sólo creía que Dios se estaba divirtiendo con él. Y muy reverentemente atufado, respondió con todo respeto:

“¡Señor, son templos para adoraros..., confraternizar, ayudarse...!”

“Pero… veo muchas hormiguitas que no entran en ellos...”

Embarazo del Arcángel: “Es que hay muchos que al no haber desarrollado el mínimum dicen...” (Y no se atrevía a decir lo que afirmaban los mentecatos). Pero no le valió porque:

“¡Vamos!, ¿qué dicen?”, se impacientó el Señor.

Apuradísimo el Arcángel le soltó: “Pues muchas idioteces: que Vos no existís...; que la razón no vale...; que hay que explotarse unos a otros...; mentir, matar...; que no hay que obedecer Vuestras órdenes…; y que creen en la Nada todocreadora...”

Mientras oía Dios esta sarta de disparates sus labios se iban dilatando con un principio de burlona sonrisa, hasta que al oír la sandez de lo de la Nada todocreadora, no pudo más y una carcajada homérica salió de su augusta boca que rodando, rodando, recorrió los Cielos, los Cosmos… ¡y que hicieron eco a la “sabiduría” de ciertos hijos (en este caso hijastros) del Señor!

Y así, atravesó la Galaxia, recorrió el Universo, siguió por el Extra-Cosmos, el Trans-Universo, la Ultra-dimensión, las Regiones que ni siquiera podemos imaginar...

Y de esta manera, ante el bueno y abochornado Arcángel, siguió la risa por los siglos de los siglos y eternidad de eternidades.

 

Los Tres Mosqueteros