He leído con atención la carta completa del Papa Francisco a Eugenio Scalfari, editorialista del rotativo italiano La Repubblica.
Entiendo que el Romano Pontífice no habla ex cátedra en esta ocasión y que por tanto cualquier católico de a pie puede albergar reservas respecto a la ambigüedad de estos cuatro párrafos que más han llamado mi atención.
Juzgue si no el lector:
 
1.      “Así entre la Iglesia –escribe el Papa Francisco- y la cultura de inspiración cristiana, por una parte, y la cultura moderna de carácter iluminista, por otra, se ha llegado a la incomunicación. Ahora ha llegado el momento, y el Vaticano II ha inaugurado justamente la estación, de un diálogo abierto y sin prejuicios que vuelva a abrir las puertas para un serio y fructífero encuentro”.
 
2.      “También yo, en la amistad que he cultivado a lo largo de todos estos años con nuestros hermanos judíos en Argentina, muchas veces me cuestioné ante Dios en la oración, sobre todo cuando la mente se iba al recuerdo de la terrible experiencia de la Shoah. Lo que puedo decirle, con el apóstol Pablo, es que nunca ha fallado la fidelidad de Dios a su alianza con Israel y que, a través de las pruebas terribles de estos siglos, los judíos han conservado su fe en Dios. Y por esto, con ellos nunca seremos lo suficientemente agradecidos como Iglesia, sino también como humanidad. Ellos justamente perseverando en la fe en el Dios de la alianza los invitan a todos, también a nosotros cristianos, a estar siempre a la espera, como los peregrinos, del regreso del Señor”.
 
3.      “Me pregunta si el Dios de los cristianos perdona a los que no creen y no buscan la fe. Teniendo en cuenta que -y es la clave- la misericordia de Dios no tiene límites si nos dirigimos a Él con un corazón sincero y contrito, la cuestión para quienes no creen en Dios es la de obedecer a su propia conciencia. El pecado, aún para los que no tienen fe, existe cuando se va contra la conciencia. Escuchar y obedecerla significa de hecho, decidir ante lo que se percibe como bueno o como malo. Y en esta decisión se juega la bondad o la maldad de nuestras acciones”.
 
4.      “Usted me pregunta si el pensamiento según el cual no existe ningún absoluto, y por lo tanto ninguna verdad absoluta, sino solo una serie de verdades relativas y subjetivas, se trata de un error o de un pecado. Para empezar, yo no hablaría, ni siquiera para quien cree, de una verdad absoluta, en el sentido de que absoluto es aquello que está inconexo, es decir, sin ningún tipo de relación. Ahora, la verdad, según la fe cristiana, es el amor de Dios hacia nosotros en Cristo Jesús. Por lo tanto, ¡la verdad es una relación! A tal punto que cada uno de nosotros la toma, la verdad, y la expresa a partir de sí mismo: de su historia y cultura, de la situación en la que vive, etc.”.
 
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