La llamada del Papa al ayuno y la oración este sábado es importante, o al menos eso creo yo. Y lo es porque manifiesta de modo claro que la solución a los problemas del mundo no está en nuestras pobres manos. Nosotros hacemos lo que podemos, a veces con acierto, más a menudo errando una y otra vez. Pero siempre estamos en manos de Dios, Señor de la Historia, y de su Divina Providencia, que rige misteriosamente los destinos de los hombres, pueblos y naciones.

Esta llamada nos hace volver la vista a Dios, con oración, es decir, dirigiéndonos a nuestro Padre, y con ayuno, es decir, con sacrificio y penitencia. No hay nada más eficaz. Los manifiestos, firmas, manifestaciones, cartas a los representantes políticos... está muy bien, pero la paz en el mundo o viene de Dios o somos incapaces de conseguirla. La historia lo atestigua.

Recemos y ayunemos todos por la paz en Siria, en Oriente Medio, en el mundo. Por esa paz que sólo puede ser un regalo de Dios, por esa paz que, en fórmula acertadísima de Pío XI en la Quas Primas, sólo puede ser "la paz de Cristo en el Reino de Cristo".