Las apariencias –por su propia naturaleza- son engañosas, alejadas de la realidad; sin embargo, forman parte del “modus operandi” de la sociedad.  Todos –de una u otra forma- nos encontramos bajo los efectos de la presión social, cuyo criterio exige conjugar al verbo aparentar en todos los tiempos y personas: yo aparento, tú aparentas, él aparenta, nosotros aparentamos, etcétera. La mayoría de la gente prefiere ocultarse detrás de una máscara en lugar de aceptar la verdad de las cosas, dando paso a un círculo vicioso en el que la transparencia brilla por su ausencia. Muchos –ante una crisis económica- prefieren que la casa se les venga abajo por falta de mantenimiento, si con ello consiguen pagar su viaje anual al extranjero. Aparentan estar bien, porque –según la lógica dominante- lo fundamental es la imagen, lo que se pueda llegar a decir públicamente. Hay un ejemplo que lo ilustra perfectamente: se van tres amigos a la playa, pero –uno de ellos- lejos de disfrutar del sol, la arena y el mar, ya está pensando qué hará en la noche, pues no concibe regresar a su casa y decir que –de cuatro días- solamente salió una o dos veces al antro. No le mueve salir, sino cubrir el requisito (social) de hacerlo.

Hoy –para contar con poder de convocatoria- no hace falta ser congruente o tener muchos conocimientos, solamente se requiere adquirir una cámara y escribir una buena gama de chismes, intrigas y rumores. Desde esa posición, se consigue explotar el lado aparente de la sociedad, desconectándola de la razón, del sentido común. Ahora bien, los preferidos del sistema, son los jóvenes, las nuevas generaciones. En lugar de ayudarles a crecer con una visión crítica, se busca anestesiarlos, aislándonos de la cultura, del estudio, del deporte, de los valores; es decir, de todo aquello que vaya en contra de la visión superficial que hoy se vive en muchos ambientes. Lo más grave se da cuando son los mismos padres de familia, quienes los forman en la idea de que para ser alguien en la vida, hay que renunciar a todo tipo de ideal o punto de vista que resulte poco rentable por estar fundamentado en el deber ser. Ciertamente, las relaciones humanas son claves para poder crecer en las diferentes dimensiones de la vida, tanto en el sector público como en el privado; sin embargo, esto no significa que haya que cerrar los ojos ante tantas injusticias, pensando que -con aparentar- todo queda resuelto. A veces, algunos que carecen de un salario bien remunerado –con tal de quedar bien- se valen de una plática de sobremesa para “inflar” sus ingresos. No es que haya que andar gritando los problemas personales a los cuatro vientos, pero es un hecho que resulta inútil fingir, actuar. En una palabra, ¡aparentar!

¡Cuántos aseguran haber recibido una invitación de parte de “x”, cuando en realidad fueron ellos quienes lo buscaron para ver si resultaban invitados! Al final de la vida, ¡qué sentido podrán tener las mentiras! Sin duda alguna, más vale ser contra corriente, desafiar al destino, renunciando a toda forma de mentalidad vacía e interesada. Adelante con las relaciones sociales, pero con cabeza; es decir, con una mirada profunda que sepa ver la realidad en su conjunto.

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