Y así el ambicioso de honor nunca obtiene lo que desea, sino que sufre repulsa y buscando el modo de tener muchos honores nunca llega a ser honrado. Y como nada hay que pueda compararse con la modestia, inclina al que lo oye a hacer lo contrario, no sólo prohibiendo ambicionar el primer sitio, sino mandando que se busque el último. Por esto sigue: "Mas cuando fueres llamado, ve y siéntate en el último lugar", etc. (San Juan Crisóstomo, in Cat. graec. Patr)

¿Quién querría estar en el último lugar? Un lugar sin relevancia social en el que nada ganamos por sentarnos. En la era del postureo social, cada puesto tiene asignado un valor de relevancia o de irrelevancia. Nadie se fija en quien se sienta en el último lugar, por lo que no tiene valor social alguno. ¿Por qué ambicionar los primeros puestos cuando lo importante no es el mundo, sino la Verdad?

Tal como indica San Juan Crisóstomo, si somos llamados, sentémonos en el último sitio que es donde la mundo no tiene influencia sobre nosotros. Los primeros puestos reciben todas las sonrisas y también todas las envidias. Quien busca los primeros lugares estará siempre en constante guerra con los aspirantes y competidores. Estar en guerra constante nos hace olvidar la paz de corazón necesaria para encontrarnos con Dios. Todo esto lo podemos ver en la realidad física y en la realidad socio-mediática de las redes sociales. 

Como cristianos, hemos sido llamados a llevar el Evangelio a los demás. ¿Podemos llevar el Evangelio cuando vivimos en constante pugna social para ganar y conservar la relevancia? Es imposible. Más de una vez he visto como la relevancia social genera desconfianza de los demás. Un simple comentario puede dar lugar a todo tipo de enfrentamientos. Enfrentamientos que parten de la competencia por estar en los primeros lugares. El ambicioso de honores, termina siendo un foco de problemas y una victima de sí mismo.