Poco más o menos todos sabemos lo que es esto…, de la inhabitación Trinitaria,  pero pocos son los que tienen una plena conciencia, de lo que esto significa en nuestra vida espiritual y también en nuestra vida material, porque si amamos de verdad al Señor, es claro que nuestra vida material cederá en importancia en favor de nuestra vida espiritual. San Josemaría Escrivá, decía: “…si Dios habita en nuestra alma, todo lo demás, por importante que parezca, es accidental, transitorio; en cambio, nosotros, en Dios, somos lo permanente”. Vivimos imbuidos en la materialidad que nos rodea, ella nos presiona y nos agobia, porque pensamos, que sin ella es imposible vivir y que cuanto más tengamos mejor viviremos y nos olvidamos que por encima de todo está nuestro Padre amoroso, que ansía nuestro amor, que nos ve, que nos oye, pero sobre todo que está en el interior de nuestro ser, y no desea que antepongamos ningún deseo de bienes materiales al amor que Él nos da

            Si Dios habita en mí, nada se me puede resistir, porque Él es, el que todo lo puede, porque es omnipotente, me ama y solo desea lo mejor para mí. Claro que más de uno se dirá, y si esto es así, ¿por qué sufro yo?, ¿porque todo me sale mal?, ¿porque tanta tribulación?. Poco más o menos también el filósofo griego Epicuro, decía: si existe el mal, es que o Dios no es bueno, o no es omnipotente. Si no puede con el mal es que no es omnipotente. Y si no quiere resolverlo es que no es bueno. Este pensamiento de Epicuro, como sofisma es impecable, pero adolece de un esencial desconocimiento, ya que el mal no lo generó Dios, sino el hombre contraviniendo las leyes divinas y ofendiendo a Dios. Ante esta situación Dios permite la existencia del mal, aunque parezca un contrasentido, para nuestro bien. Porque sin mal que vencer el hombre carecería de la posibilidad de ejercer su libre albedrío y sobre todo poder demostrarle a Dios, que él es, digno hijo suyo

            Desde el momento en que somos bautizados, comenzamos a se hijos de Dios y la Santísima Trinidad inhabita en nosotros. Puede ser que alguien piense. Pero se habla de la inhabita en nosotros, del Espíritu santo, de Dios Padre o de Dios Hijo. ¿Quién inhabita? Existe un principio denominado, la circumincesión divina intra-Trinitaria, que los orientales llaman la danza de la perícoresis, conforme al cual se da siempre la presencia divina de las tres personas, donde quiera que se halle una de ellas. Las tres personas  son uno con una unidad de circulación recíproca: en la visión, el amor y el abrazo de las personas entre sí, según nos escribe Jean Lafrance. “Es el fuego de dos miradas que se devoran por amor y producen una tercera persona. La persona del Hijo y la persona del Padre son idénticamente Dios, de tal manera que uno procede eternamente del otro”.

            San Agustín nos dice: “Así como el Padre no tiene principio, tampoco el Hijo no tiene desarrollo ni subordinación. Igualdad genera igualdad. Lo eterno genera eterno. Es como la llama generando luz. La llama permanece distinta de la luz que procede de ella. No obstante la llama no precede a la luz que genera. Ambas existen a la vez, coexisten, aun cuando la una proceda distintamente de la otra. “Muéstrame una llama sin luz, y yo te mostraré un Dios Padre sin el Hijo”... Continuando con la analogía de San Agustín sobre la llama y la luz, pudiéramos decir que no solo la luz procede de la llama sino que además  el calor procede de la llama y de la luz. Ninguna de las tres realidades precede a la otra. Son concomitantes, no podemos mostrar una llama que no vaya acompañada de luz y calor. Dios es Padre, Hijo y Espíritu. Los tres son co-iguales, co-existentes y co-eternos.

            Es por ello que no tiene trascendencia quién inhabita en nuestra alma, porque siempre inhabita la Santísima Trinidad, y es en nuestra alma donde inhabita, aunque haya quienes digan que inhabita en nuestro corazón. Nuestro corazón es un noble músculo material, que simbológicamente se toma muchas veces como expresión espiritual, pero Dios es Espíritu puro, y el espíritu inhabita siempre en el espíritu y no en la materia. Y es dentro de nuestro ser en nuestra  alma, en nuestra parte espiritual. Y refiriéndose a nuestra alma el Señor nos dejó dicho: “Si alguno me ama, guardará mi palabra, y mi Padre le amará, y vendremos a él y en él haremos morada”. (Jn 14,23).

            Nosotros somos templos vivos de Dios, pues Él inhabita en nuestra alma. San Pablo nos recuerda esta realidad diciéndonos: “16 ¿No sabéis que sois santuario de Dios y que el Espíritu de Dios habita en vosotros? 17 Si alguno destruye el santuario de Dios, Dios le destruirá a él; porque el santuario de Dios es sagrado, y vosotros sois ese santuario”. (1Co 3,1617). Pero como decíamos al principio, pocos son los que viven en plena conciencia la realidad de que el Señor inhabita en nosotros. Allá a donde vayamos Él nos acompaña siempre, Ahora en este mismo momento, tú lector si estás en gracia de Dios, a Él lo tienes dentro de ti, te ve te oye te mira pero sobre todo te ama, goza contigo y desde luego sufre contigo tus tribulaciones, las sufre como propias, como tú si eres padre o madre, sufres las de tus hijos o hijas y no puedes remediarlas. El pudiendo, no puede porque desea lo mejor para ti, y la tribulación aceptada y sobre llevada por amor al Señor, es una fuente de futuras glorias tuyas, aunque ahora nos las veas, porque los ojos de tu alma, aun no se ha abierto preparándose para ver en el más allá, el Rostro de Dios, padre amoroso que te espera con los brazos abiertos y quiere tenerte a su lado para toda la eternidad. Y es ahí donde estará tu mayor gozo durante toda la eternidad en la contemplación del rostro de Dios, aunque ahora esto, no te resulte muy subyugante, entre otras razones, porque tu cuerpo material, te impide apreciar las esencias de lo espiritual.

            Toma conciencia de que Dios inhabita en tu alma, si vives dentro de la gracia divina, si ella fluye por tu ser espiritual, de la misma forma que tu sangre fluye por tu ser material. ¡Por Dios bendito!, no asesines con un pecado mortal ese flujo de gracia, que tanto necesitamos todos. Ni siquiera con pecados veniales, pues si bien un pecado venial, no obliga al Señor a marcharse de tu alma, sin embargo, le haca incómoda la estancia en ella Además recuerda que refrán que dice: Quien hace un cesto, hace cientos y si comentes un pecado venial por insignificante que sea, a este le acompañarán ciento, porque el camino, está abierto. No menosprecies un pecado venial leve, una mentira piadosa, no deja de ser un pecado. Tanto aplastan, diez toneladas de plomo,  como diez toneladas de arena, nos dice San Agustín..

            Conviene vivir siempre en la idea, de una plena consciencia de que Dios inhabita en nosotros, y no simbológicamente sino con una realidad absoluta. Tan absoluta como es la realidad de que ahora estás leyendo lo que yo ya he escrito para ti. Y de esta realidad, hemos de hacerla el eje de nuestra vida, al levantarnos, a media mañana, al mediodía por la tarde por la noche, hay que pensar siempre que quien más me ama está dentro de mí, y está continuamente diciéndome, no temas yo lo puedo todo, te amo acepta la tribulación que en este momento tienes y ofrécemela, que yo te devolveré ciento por uno. No te agobies, amor mío, que nada hay en ese mundo en que vives, que merezca tu atención. Solo en mí encontrarás amor, paz y tranquilidad para curar tus heridas. Tú ocúpate de mí, que ya me ocuparé yo de ti. Esta fueron las palabras que es Señor le dijo a Santa Catalina de Siena y también a la Madre Santa Teresa de Jesús.

            Mi más cordial saludo lector y el deseo de que Dios te bendiga.

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