No es esta…, la primera vez que escribo sobre el tema de nuestro pedestal, de ese pedestal que todos consciente o inconscientemente nos créalos, para montarnos encima de él y que todo el mundo admire nuestra valía. Todos tenemos un ego, el cual necesita un pedestal para encumbrarse. Nuestro ego, siempre se alimenta más de vicios que de virtudes, y entre los vicios el suyo preferido es la vanidad que es el elemento que más le alimenta. La vanidad es un vicio y como todo vicio resulta imposible transaccionar con él, no cabe posibilidad de parlamentar para transaccionar, y además para nuestro bien nunca es conveniente. Ya nuestro Señor, nos avisó de la imposibilidad de jugar con dos barajas: "13 Ningún criado puede servir a dos señores, porque aborrecerá a uno y amará al otro; o bien se entregará a uno y despreciará al otro. No podéis servir a Dios y al dinero”. (Lc 16,13).

            Nuestro  ego, hemos de tratar de contenerlo, porque su apetencias y deseos son tremendos, sobre todo en almas, que nunca han cogido las riendas de sus vidas en sus manos y se las han entregado a los deseos de su cuerpo y de su ego, el cual sin rienda que lo sujete siempre se desboca. Para su mejor funcionamiento, todo ego, necesita un pedestal que cuanto más alto sea más satisfecho se encontrará nuestros ego. Y como ya hemos escrito, consciente o inconscientemente, todo ser humano nos creamos nuestro propio pedestal, atendiendo a los deseos que le demanda nuestro ego.

            La vanidad humana es el alimento, de nuestro propio ego, y del ego de todo el mundo, porque  todos somos vanidosos unos más y otros menos, pero todos deseamos sacar la cabeza y si es posible el cuerpo también, de la superficie de este mar de angustias y tristezas en que vivimos y que llamamos mundo. Y para ello necesitamos un pedestal lo más alto posible, porque sí no lo tenemos viviremos en la humildad, lo cual nos horroriza, porque de una forma subliminal, asociamos la humildad con la pobreza, de la misma forma que el orgullo de ser rico lo asociamos a la soberbia. Es decir, la dicotomía; pobreza y riqueza, corre paralela a la dicotomía; humildad y soberbia, y a su vez con la dicotomía; virtud y vicio.

            Nadie ignora y si lo ignora ahora se puede enterar de ello, que la humildad es la madre de todas las virtudes. No existe virtud alguna que no necesite para su existencia de la humildad, y si en la virtud de que se trate, no media la humildad, , estaremos siendo titulares de una falacia de virtud. A sensu contrario, la soberbia humana, es la madre y el padre de todo vicio, no existe vicio alguno que no esté enraizado en la soberbia.

            Lo escrito hasta aquí, poniendo en paralelo las tres dicotomías antes enunciadas, no le autoriza a nadie a pensar que el pobre sea humilde y el rico sea soberbio. A lo largo de mi vida, que ya empieza a ser demasiado dilatada, he visto pobres, con más orgullo que Don Rodrigo en le horca, y ricos, superricos millonarios, cogiendo siempre los transportes públicos, porque había que ahorrar. Claro que una cosa laudable es no tener afecto al dinero y otra el no gastarlo por tacañería. Y es que el ser humano, cuando se entrega a Dios, es una criatura asombrosa y es asombrosa, porque no olvidemos que ella sale de la mano de Dios y todo lo que sale de la manos de Dios es bueno, pero cuando a lo creado por Dios, Él le da la libertad de elección entre el bien y el mal, es cuando si se escoge el mal rompemos con los deseos divinos y nos lanzamos a las tinieblas. Pero no por ello, es malo el libre albedrío, porque si rehusamos el mal y nos entregamos al bien accedemos al camino de la Luz al final del cual nuestro Creador nos espera con los brazos abiertos.

            No cabe duda de que la gran mayoría de los seres humanos buscan la riqueza material, y para ello necesitan de un pedestal, porque cuanto más logren sobresalir sobre los demás, mayores posibilidades se tienen,  de lograr más riqueza material. Y este pedestal para nosotros para los que de verdad amamos, si amamos al Señor, necesitamos destruirlo, antes de que él nos destruya a nosotros, porque nosotros tenemos cuerpo y alma, y por lo tanto una vida material y otra espiritual. Y en contra de los que muchos piensan, la vida de nuestra alma debe de estar muy por encima de la vida de nuestro cuerpo, entre otras razones la más elemental de ellas, nos dice que nuestro cuerpo es mortal y nuestra alma es inmortal. Por lo que más nos vale prepararnos para vivir en una eternidad, que para vivir una decena de años que pasan como un soplo.

            En el libro de Job podemos leer: “7 Recuerda que mi vida es un soplo y que mis ojos no verán más la felicidad. 8 El ojo que ahora me mira, ya no me verá; me buscará tu mirada, pero ya no existiré.9 Una nube se disipa y desaparece: así el que baja al Abismo no sube más. 10 No regresa otra vez a su casa ni el lugar donde estaba lo vuelve a ver”. (Job 7,7) Y en los salmos podemos leer: "6* Me concediste un palmo de vida,/mis días son nada ante ti;/el hombre no dura más que un soplo,/ el hombre pasa como una sombra,/por un soplo se afana/atesora sin saber para quien”. (Sal 38,6-7).

            La destrucción de nuestro pedestal es difícil de realizarla, aunque el modo de hacerlo sea muy simple.

Ya hemos dicho antes que la alimentación del cualquier pedestal está en el ego, y este tiene un alimento que es la vanidad. Y ¿Qué es la vanidad? Para contestar a esta pregunta, menciono una serie de afirmaciones de santos y escritores que nos dicen lo que ellos entienden por vanidad:

            Mi más cordial saludo lector y el deseo de que Dios te bendiga.

            Otras glosas o libros del autor relacionados con este tema.

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