En la homilía de ayer jueves, el Papa francisco nos señaló algo muy interesante: No debemos juzgar a los demás, ya que no podemos ser conscientes de lo que cada cual lleva dentro. 

"Y no hace falta ir al psicólogo para saber que cuando uno denigra al otro es porque él mismo no puede crecer y necesita humillar al otro para sentirse alguien". El Papa nos exhorta a no nos denigremos los unos a los otros, "porque en el fondo todos caminamos por el mismo camino, todos vamos por el mismo camino que nos lleva al final". Es importante tener claro que "si la cosa no va por el camino de la fraternidad, todos terminaremos mal: el que insulta y el insultado". 

El Papa observó que todos, "somos débiles y pecadores", por lo que más fácil "terminar una situación con un insulto, con una calumnia, con una difamación que arreglarla con algo bueno" 

Tras leer las palabras del Santo Padre, la pregunta que nos podemos hacer es ¿Qué hacer cuando un hermano actúa o dice cosas que no son correctas o que pueden ser entendidas de forma incorrecta? Aquí nos encontramos con la difícil tarea de la corrección fraterna. Por lo pronto, la corrección debe ser privada y muy discreta. No se trata de airear los errores de los demás, sino de reconducir a nuestros hermanos hacia la dirección correcta. 

Otro problema que encontramos es que muchas veces transitamos por caminos diferentes que nos llevan al mismo sitio. Caminos que dependen de nuestro carisma y personalidad y que pueden resultar incómodos y extraños a otras personas. Por eso existen comunidades, órdenes, movimientos y grupos en general, de gran diversidad. Si tenemos que trabajar juntos. Siempre es más fácil hacerlo cuando el grado se sintonía es mayor. Pero, cuidado con el elitismo y la soberbia. Precisamente la sintonía extrema nos puede llevar a aislarnos de los demás y a sentirnos “los elegidos” o “los poseedores de ”. 

¿Cómo compaginar la diversidad creativa y la necesidad de una fraternidad lo más universal posible? Buena pregunta, porque tendemos a irnos a los extremos y optar por grupos elitistas o por pertenecer a una masa abúlica. Es decir, llevamos nuestros pelagianismos y quietismos a la dimensión de la comunidad cristiana, con más frecuencia de lo que creemos. 

Para el pelagiano, lo que nos salva o nos redime es nuestra voluntad, actividad e iniciativa. Para el quietista, todo lo que hagamos depende de Dios, pues que sea Dios el que nos mueva, mientras nosotros vamos a lo nuestro. Se puede ser muy dinámico sin pensar que ese dinamismo sirve para convertirnos, de igual forma, podemos ser muy contemplativos, sin esperar que nuestra quietud de espíritu sea la que nos convierta y justifique ante Dios. 

Esto no quiere decir que dejemos que el relativismo campe con libertad en evitar que el relativismo nos vacíe de sentido, tenemos la Tradición, Revelación y Doctrina eclesial. Demos gracias a Dios por tener esta inestimable ayuda y desconfiemos cuando nos digan que no necesaria o es contraproducente. 

Es muy fácil denigrar, insultar y hasta condenar a otras personas por el simple hecho de no sentir y vivir la fe como nosotros. Dios es el único capaz de juzgar nuestro corazón y nuestros actos, de forma imparcial. No nos pongamos en el lugar que nuestro Señor se ha reservado a sí mismo, porque estaremos actuando de forma totalmente equivocada. Demos profundidad y sentido a todo lo que realicemos, sin mirar atrás a ver qué está haciendo el vecino, porque podremos convertirnos en estatua de sal.