Escuché una vez a un predicador católico, laico por cierto, una frase que sonaba más o menos así: “el demonio tiene todos los juguetes en la calle para que ninguno se escape”. Con ello quería decir que el mundo moderno dispone de todos los medios, jamás imaginados antes, para atrapar a las personas, envolverlas, distraerlas, embaucarlas, absorberlas, etc. con tal de que no piensen, no razonen, no se hagan las preguntas esenciales de la existencia, no piensen en Dios, ni en la eternidad y ni siquiera tengan tiempo para preguntarse sobre el bien o el mal, la verdad o la mentira. Es cierto que muchos de estos medios pueden y deben ser utilizados para todo lo contrario: para hacer reflexionar, para difundir la verdad y el bien, para hablar de Dios. ¡Ay de nosotros si no lo hacemos!

            ¿Qué podemos hacer para escapar de esta vorágine que nos quiere engullir? A veces es bueno huir, retirarse, no ponerse a tiro, sobre todo cuando nos parece no tener la fuerza suficiente para soportar el vendaval. Encerrarse en “el propio cuarto y cerrar la puerta” para hablar con Dios que ve en lo escondido, según la invitación del sermón de la montaña. Hoy en día no basta entrar en la habitación puesto que los “juguetes” están en todas partes. La expresión tiene un sentido amplio. “Entrar y cerrar la puerta” significa apagar el televisor, el equipo de música, el ordenador, la tableta, el teléfono de última generación, el reproductor de mp3/4, etc. y entrar en nuestra morada interior. Esto hay que hacerlo, prescindir por unas horas, o por unos días, o por unos meses si queremos. Pero como no es sano cerrarse a lo que toda la tecnología significa de progreso y posibilidades de servicio, lo más importante es saber usar y no ser usado, utilizar y no ser utilizado, manipular las cosas y no ser manipulado por ellas.

Ciertamente, el problema no son los circuitos integrados y microprocesadores, las pantallas táctiles, la iluminación led o la alta resolución 1080. El problema son los valores que se transmiten, el estilo de vida que produce y la adicción que puede generar. Porque lo que gobierna el mundo no son los aparatos sino las ideas. En este mundo en el que se idolatra la tecnología y se desprecia la filosofía, lo que sigue dominando las mentes y los corazones es el modo de pensar y de vivir que construye la mentalidad del nuevo milenio, es decir la filosofía que está escondida detrás o dentro de este estilo de vida. La medicina no es nueva y se debe administrar desde la más tierna infancia: la educación en los valores religiosos y morales que dan sentido e iluminan todo lo que somos y hacemos, que dan luz sobre la vida presente y sobre el más allá de la muerte.

Será medicina para los que en alguna medida están sumergidos en cualquier tipo de adicción y necesitan ser sanados. Para los más pequeños que todavía están a tiempo de vivir “libres”, será alimento, protección, desarrollo integral de la personalidad. La familia ocupa, evidentemente, un papel primordial. Como “antiguamente”, estoy hablando de hace 50 años, se educaba a los niños a no comer demasiados dulces o a no derrochar el dinero, ahora se debe hacer lo mismo con la tecnología. El mejor modo de no derrochar era no dar. ¿Se acuerdan de esa moneda que recibíamos sólo los domingos? ¿Cómo puede crecer con un espíritu libre un niño que dispone de teléfono móvil, tableta y otros aparatos desde la más tierna infancia? ¿Cómo esperamos que no queden pegados como ratón en trampa de pegamento, si nosotros metemos el cepo en su habitación? ¿Cómo no vivir más en el mundo virtual que en el real si son parte de las redes sociales desde los 10 años? ¿Es ésta la vigilancia amorosa, la atención y el cuidado que tenemos de nuestros hijos?

Cientos de niños y adolescentes son captados por pederastas a través de internet. Miles ¿qué digo? Millones viven atrapados en la pornografía, en los encuentros sexuales virtuales, en las conversaciones inconvenientes con personas totalmente desconocidas. Hay quien está mucho más preocupado por el rol que ocupa en el juego compartido en la red, que por descubrir su misión en la vida real. Y es que, como decíamos cuando iniciamos este discurso, no soportamos nuestra vida sin sentido y preferimos fabricarnos otra. Pero esta otra vida no existe, es un espejismo, un fantasma que sólo puede conducirnos a la soledad más absoluta.