Orar es la entraña 
de toda vida y poesía; 
es una absoluta necesidad 
del ser humano, de su alma. 

Sin Dios no se puede vivir, 
ni existir himno o elegía. 

Casi siempre el verso 
se difumina en metáforas 
o extrañas cábalas 
de melancolía. 

El poeta -aunque no lo sepa- 
busca a Dios: desde el alba
hasta el dolor, negación o duda; 
incluso desde la mismísima blasfemia. 

La claridad de la poesía 
reside en su trascendencia,
en esa misteriosa presencia de Cristo
en el corazón del poema.