Varias órdenes y congregaciones religiosas dedicadas a la educación, ya no saben qué pretexto o teoría pastoral inventarse para olvidarse de los colegios y llevar una vida más cómoda, desconectada de la realidad social. Aseguran estar en busca de nuevos horizontes de misión; sin embargo, ¿acaso no estamos ante una emergencia educativa que exige redoblar los esfuerzos en lugar de claudicar y cerrar?

Me enteré que un grupo de religiosas mexicanas -no obstante que su edad es la apropiada para seguir al frente- han decidido cerrar las puertas de la escuela, argumentando la falta de alumnas inscritas para el próximo ciclo escolar. Lo criticable no es que se les hayan acabado los recursos, sino que en su momento no hicieron nada por levantar la obra. Al contrario, asumieron un tono prepotente que trajo como consecuencia la salida de muchas estudiantes. Varios padres de familia les sugirieron volverla mixta, bilingüe y con un mejor enfoque pastoral; sin embargo, nunca hubo una respuesta eficaz. Hay colegios que no están en condiciones de ser rescatados; sin embargo, en este caso se debió a la falta de atención por parte de las religiosas, quienes prefirieron dejar que el agua les llegara al cuello. El vacío que van a dejar, difícilmente podrá ser cubierto por otra institución, aunque sería bueno que la diócesis adquiriera el inmueble y mantuviera la identidad católica del mismo. Si lo hubieran atendido a tiempo, ¡hoy no estarían cerrando!; sin embargo, lo dejaron pasar y esto refleja la falta de interés o entusiasmo apostólico. Ante el déficit económico y/o vocacional, siempre hay alguna alternativa que valga la pena, el problema está cuando lo que falta es dedicación y audacia para seguir formando. Afortunadamente, también me enteré de otro caso en el que sucedió todo lo contrario. El colegio tenía problemas económicos y las religiosas prefirieron organizar actividades creativas para obtener fondos y, desde ahí, equilibrar la situación, además de contar con buenos asesores legales y contables.

Cuando se han agotado todas las opciones viables y lo único que queda es cerrar y vender -en lugar de quedarse con los brazos cruzados- se debería utilizar el ingreso obtenido gracias a la compraventa y reubicar el colegio; sin embargo, el modus operandi en la gran mayoría de los casos, no incluye reinvertir, sino acumular recursos. Hay religiosos y religiosas que -por desgracia- ven en la escuela una carga fiscal, en lugar de sentirse identificados con la necesidad de expresar el carisma recibido a partir de la pastoral educativa.  

Todos los colegios y universidades de inspiración cristiana, necesitan ser manejados a partir de un enfoque empresarial adecuado a los estándares regionales, nacionales e internacionales, pues contando con asesores profesionales es posible superar los nuevos desafíos que se están presentando, sobre todo, en materia hacendaria. Desde luego, para que pueda darse un cambio favorable, es necesario que los involucrados redescubran el papel de la educación católica en el siglo XXI. No se trata de un negocio, sino de una misión que, a su vez, requiere de buenos servicios y de una sólida estrategia publicitaria. Mientras haya congruencia con el Evangelio, ¡no hay nada que temer y sí mucho por hacer!

  Los sacerdotes, religiosos, religiosas y laicos dedicados a la enseñanza -en lugar de ir de aquí para allá dando guitarrazos y promoviendo una pastoral sentimentalista- deberían fundamentar su tarea en tres pilares: oración, estudios profesionales y presencia en las aulas escolares. La sociedad -hoy más que nunca- necesita de los colegios católicos.