La verdad es que estuve dudando si ir, pero al final me propuse hacerlo. Una tarde de sábado de tranquilidad siempre es una tentación, sobre todo cuando las tareas de la semana se van acumulando, pero de todas formas decidí por esta vez renunciar al ordenador, a la música de Bach y a mi pequeña cancha de baloncesto, y ponerme en camino hacia una actividad bien distinta.

El evento era de un día entero, pero yo tenía un encuentro diocesano por la mañana y no pudimos salir hasta las tres y pico. De todas formas,  Barakaldo dista apenas una hora de Santander y llegamos a media tarde. Allí, una pequeña iglesia evangélica en el centro de la ciudad y grupos de adolescentes que entraban y salían. Franqueamos la puerta y encontramos enseguida caras conocidas: hace tiempo que desarrollamos una labor ecuménica más o menos intensa y eso se nota cuando llegas. Hay amigos, recuerdos entrañables, y no te sientes fuera de lugar. Justo estaban en medio de un taller: un grupo de chicos de Barcelona presentaban un proyecto musical con canciones de alabanza y adoración. EN,  “Elefante Negro”, lo llaman,  y lo han colgado para descargar gratuitamente en la conocida aplicación Spotify. Alrededor, una centena de chicos y chicas jóvenes y adolescentes escuchaban con atención y hacían preguntas de todo tipo…

Y, no sé ustedes, pero yo cada vez me fijo menos en las palabras y más en los gestos, en las actitudes y en las caras. El famoso pensador ortodoxo Olivier Clément hablaba de una “teología del rostro”. Es cierto. Estoy cada vez más cansado de ideas y opiniones en el mundo cristiano, pero el lenguaje no verbal, aún el más imperceptible, me habla con claridad al alma, especialmente en esas edades en las que la pátina del tiempo, de las conveniencias y los cálculos no ha borrado todavía el brillo en los rostros y la libertad en los cuerpos.

Hubo predicaciones. En su contenido prefiero no entrar: acabo de decir que no fui allí a escuchar ideas, y además hace años ya que dejé de creer en un ecumenismo basado en acuerdos teológicos que considero imposibles. Aún así, es verdad que me llamó la atención una cosa: la radicalidad del mensaje. No es frecuente decir a la gente joven “que Cristo es lo primero”, que “todos tus sueños, tus ilusiones y pasiones no son nada comparados con Él”, que “el objetivo de tu vida no es otro que la  santidad y el cumplir su santa voluntad”, o cosas parecidas. Tal cual.

No, y tampoco lo es, sobre todo en este tipo de eventos, señalar que la relación con Dios no debe ser “sentimental” sino “intencional. En definitiva, nada de disertaciones teóricas o catequéticas, ni promesas superficiales de autorrealización: simplemente kerygma en estado casi puro, y desde luego sin recurso al engaño ni a la “adaptación”.  Allí se retaba a los chicos y chicas a ser testimoniales, a mantener una vida espiritual profunda y a impactar en sus ambientes. De hecho algunos de ellos salieron por las calles a decirle a la gente de paso que “El Señor  les amaba” (con consecuencias de todo tipo, algunas muy divertidas, como era de esperar…).

Una larga oración, animada por “EN”, puso el broche final al encuentro. Por mi parte les confieso que no me gusta el rock y que, en mi opinión, había demasiados decibelios en una sala demasiado pequeña, pero, en honor a la verdad tengo que decir un par de cosas: la primera que, probablemente los jóvenes necesiten oraciones animadas por una dura banda de rock (no importa lo que usted piense: estoy hablando de ellos), la segunda es que la calidad de interpretación era magnífica. Ambas apreciaciones son importantes.

Podría añadir además que me conmovió ver a muchachos y muchachas orando con lágrimas y de rodillas en el duro suelo, manos alzadas, expresiones auténticas de arrepentimiento, de gozo y de alabanza a Dios nuestro Señor. ¿Sentimentalismo adolescente? ¡Por supuesto! Afortunadamente ellos no están tan tarados como muchos de nosotros para expresar el gozo de la salvación, y, como David, no temen danzar desnudos delante del Arca de la Alianza…

Al volver uno intenta resumir lo aprendido. Veamos: un mensaje radical, equilibrado  y muy claro… una estética rompedoramente moderna (atuendos personales, decoración y puesta en escena), una espiritualidad profunda basada en la oración personal y comunitaria, y un modelo grupal que aúna los elementos externos de la cultura actual con los valores y la moral del evangelio, proporcionando a los jóvenes una fuerte referencia identitaria, pero sin caer en ninguna clase de sectarismo (o de triste “friquismo”).

¿Qué les parece la receta? A mí, que llevo trabajando entre y con adolescentes desde que yo mismo lo era, y que procuro estar continuamente al tanto de lo que se hace en el mundo a nivel de evangelización, me parece que es una fórmula de éxito.

La pregunta ahora estriba en si esa fórmula, o una parecida, es aplicable en nuestra Iglesia Católica. Si, por fin, podremos aprender algo. Si, aunque nos duela, seremos capaces de cambiar nuestra forma de pensar y dejar, sin remordimientos, el lastre que arrastramos desde hace tiempo, para centrarnos en lo esencial y entender lo que pasa a nuestro alrededor.

De una vez.

Un abrazo muy fuerte.

josue.fonseca@feyvida.com