En el pan de la eucaristía recibimos la multiplicación infatigable de los panes del amor de Jesucristo, que es tan rico como para saciar el hambre por los siglos, y que también busca ponernos, a nosotros mismos, al servicio de esta multiplicación de panes. Algunos panes de nuestra vida podrían parecer inútiles, pero el Señor los necesita y los pide. 

Los sacramentos de la Iglesia son, como la Iglesia misma, el fruto del grano de trigo que muere (Juan 12,24). Para recibirlos debemos entrar en el movimiento mismo del que ellos provienen. Este movimiento consiste en perderse a sí mismo, sin lo cual uno no podría encontrarse: “Porque quien quiera salvar su vida, la perderá; pero quien pierda su vida por mí y por el Evangelio, la salvará” (Mc 8,35). Esta palabra del Señor es la fórmula fundamental de la vida cristiana...; la forma característica de la vida cristiana está en la cruz. La apertura cristiana al mundo, tan preconizada en nuestros días, sólo puede hallar su modelo en el costado abierto del Señor (Juan 19,34), expresión de este amor radical, la única capaz de dar salvación. (Card. Josep Ratzinger - Benedicto XVI, Meditaciones de Semana Santa, 1969) 

Esta meditación de Su Santidad Emérita Benedicto XVI es especialmente lúcida. Cristo busca ponernos a nosotros al servicio de la multiplicación de los panes. Quiere que nuestras manos y nuestra voluntad participen en la multiplicación de los bienes de la Iglesia y del mundo. Quizás podría parecernos que a veces nuestros esfuerzos no sirven para nada y que nadie nos necesita. Pero el Señor nos necesita a cada uno de nosotros, aunque nuestras capacidades no sean adecuadas. 

La Iglesia, al igual que los sacramentos, son caminos de acceso a la Gracia del Señor. No son los únicos caminos, ya que la Gracia del Señor llega a nosotros por caminos que a veces nos sorprenden, pero son los caminos más directos y sencillos de utilizar. ¿Sencillos? 

Habría que preguntar a los seres humanos de principio del siglo XXI, si entienden los sacramentos y buscan en ellos lo que el Señor nos ofrece. Dice Benedicto XVI que para recibir los sacramentos o para confirmarnos como parte de la Iglesia, “debemos entrar en el movimiento mismo del que ellos provienen. Este movimiento consiste en perderse a sí mismo, sin lo cual uno no podría encontrarse” ¿Es esto sencillo de entender por el ser humano actual? 

A veces nos preguntamos qué le sucede a la Iglesia y pensamos que la culpa es principalmente de los métodos y planificaciones que realizamos con el objetivo de evangelizar. Se nos olvida que antes de ser capaz de vivir los sacramentos y la Iglesia, debemos ser capaces de negarnos a nosotros mismos. Debemos ser capaces de aceptar unirnos a los demás sin dejar de ser nosotros mismos. Ser levadura que muere a si misma transformando lo que tienen alrededor de ella. 

La apertura cristiana al mundo, tan preconizada en nuestros días, sólo puede hallar su modelo en el costado abierto del Señor ¿Cómo podemos comunicar que es necesario darse a los demás con un amor tan radical que es capaz de donase a si mismo. 

No es sencillo y la Nueva Evangelización tiene en este entendimiento una de los principales obstáculos que nos encontramos en el camino de ser cristiano en el día a día. El Kerigma habla de la salvación que nos ofrece Dios. El costado de Cristo nos habla de cómo la salvación nos implica hasta lo más profundo nuestro ser.

El mismo costado del que manó agua y sangre, fue la prueba que consiguió que Santo Tomás creyera.