Quien recibe la tarea de ejercitar el ministerio Petrino, de asumir la responsabilidad de acompañar a la Iglesia a nivel mundial, encuentra en la parábola del buen pastor (cf. Jn. 10, 1-21), el “modus vivendi” de su ser y quehacer. De ahí que estemos al pendiente de las orientaciones que el Papa nos plantea como la hoja de ruta a seguir. El pasado 14 de marzo, S.S. Francisco -ante los cardenales- celebró su primera Misa como sucesor del apóstol Pedro, dejándonos una serie de frases que conviene reflexionar y, sobre todo, aplicar a nuestra vida.

De entrada, nos propone tres verbos: “caminar, edificar y confesar”. No podemos llegar a la meta si nos quedamos cómodamente estacionados a medio camino, envueltos en las inercias de la indiferencia y del pesimismo. Para poder abrirnos a la acción del Espíritu Santo, hay que estar dispuestos a enrolarnos en la aventura que nos presenta, como una vía para crecer y hacer que otros también crezcan en la verdad. Caminar, supone avanzar en medio de los obstáculos que se nos vayan presentando, sabiendo que la fe es lo que nos anima a tener el coraje de seguir adelante. Quien hace camino al andar con Jesús, consigue edificar sobre roca, dar paso a un edificio bien cimentando a pesar de los temblores, sin embargo, un riesgo muy común, consiste en intentar construir la Iglesia, omitiendo o disimulando, la cruz de Cristo. Es ahí cuando el Papa Francisco toca el punto medular de su homilía: cuando caminamos sin la cruz, cuando edificamos sin la cruz y cuando confesamos un Cristo sin cruz, no somos discípulos del Señor”. ¿Entonces qué hay que hacer? Vivir los tres verbos que se nos han explicado, reconociendo el amor de Cristo crucificado y la necesidad de darnos junto con él. En otras palabras, ofrecer nuestro dolor, trabajo y, por supuesto, la alegría de vivir. La cruz significa seguir a Jesús hasta las últimas consecuencias, jugarnos el todo por el todo con tal de dar a conocer el Evangelio, de vivirlo desde la vida cotidiana: familia, amigos, novia(o), escuela, trabajo, etcétera.

Nos toca caminar, edificar y confesar, recordando que los pobres no son una opción, sino un deber de la Iglesia a la que nos encontramos vinculados por el bautismo. El Papa, nos está llevando a redescubrir las raíces de las primeras comunidades cristianas y, desde ahí, dar paso a una fe sólida, clara, alegre y abierta a los nuevos desafíos que debemos asumir como continuadores de la obra de Cristo en el aquí y el ahora.