Cuando estos días andamos a la espera de que se convoque el cónclave que elegirá al nuevo sucesor de Pedro y en este caso también, y más cercanamente, de Benedicto XVI, momento es de conocer algo sobre las formas en las que se han ido eligiendo los distintos pontífices a lo largo de la historia. Si anteayer veíamos los distintos sistemas que pudieron servir para elegir a los primeros obispos de Roma (), no dejan de existir casos aislados verdaderamente curiosos. Entre todos, se lleva la palma San Fabián, de quien como a ningún otro sucesor de Pedro, se puede decir que se posó sobre él la paloma… que fuera o no el Espíritu Santo eso ya es otra cuestión.
  

           Como quiera que sea, las extraordinarias circunstancias en las que tuvo lugar su elección las conocemos bien gracias al primer historiador de la Iglesia, Eusebio de Cesarea, quien en su Historia Eclesiástica relata.
 
            “Se cuenta que Fabián junto con otros, después de la muerte de Antero vino del campo y se estableció en Roma, y que allí, por gracia divina y celestial llegó al cargo episcopal de la manera más extraordinaria.
            Efectivamente, hallándose todos los hermanos reunidos para elegir al que había de recibir en sucesión el episcopado y siendo numerosísimos los varones ilustres y célebres que estaban en la mente de muchos, a nadie se le ocurrió pensar en Fabián, allí presente; sin embargo de pronto, según cuentan, una paloma de lo alto se posó sobre su cabeza [...]
            Ante este hecho, todo el pueblo, como movido por un único espíritu divino, se puso a gritar con entusiasmo y unánimemente que éste era digno, y sin más tardar, lo tomaron y lo colocaron sobre el trono del episcopado” (HiEc. 29, 2-4).
 
            De su pontificado es poco más lo que se sabe, pero sí algunas cosas. Se extendió desde el 236 al 250. Por lo que hace al gobierno interior de la Iglesia, según el “Liber Pontificalis” dividió Roma en siete distritos, cada uno al mando de un diácono. Según una tradición, instituyó los cuatro órdenes menores. Asimismo, habría designado siete subdiáconos para recopilar las Actas de los Mártires, que relatan el proceso y martirio de todos o de muchos de los que dieron su vida por la fe. Bajo su mandato se realizó un considerable trabajo en las catacumbas. Es él quien exhuma los restos del Papa San Ponciano (uno de los Papas renunciantes a quien ya tuvimos ocasión de conocer en esta columna), en Cerdeña, y los traslada a Roma, a la catacumba de San Calixto.
 
            En el aspecto universal de la Iglesia, la “Historia Francorum” de San Gregorio de Tours le atribuye la consagración de siete obispos como misioneros de los francos en el año 245 -llama la atención la devoción que profesaba al número siete-, entre los cuales San Dionisio de París. San Cipriano informa en su “Epístola 59” de que condena por herejía al obispo de Lambaesa en África, Privato. Le atribuye a Fabián el llamado Pseudo-Isidoro unas decretales, decretos de derecho canónico, que son apócrifas.
 
            A pesar de que su pontificado se caracterizó por un paréntesis de tranquilidad en la Iglesia por lo que a persecución se refiere, él mismo, Fabián, morirá mártir el 20 de enero de 250, en los inicios de la que realiza el Emperador Decio. Será enterrado en la Cripta de los Papas en la catacumba de San Calixto, donde en 1850, el gran arqueólogo De Rossi descubrirá su epitafio que reza en griego “Fabián, obispo y mártir”. A anotar la denominación que hace de su persona como "obispo", de Roma bien entendido, y no de papa o pontífice.
 
 
            ©L.A.
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