Pues bien, continuamos con la serie que iniciamos el pasado día 5 de febrero () y continuamos después con la segunda entrega el pasado 20 de febrero (), referida a los esos modismos populares procedentes del Evangelio, y vamos ya con la tercera entrega de la serie, que nos trae otras dos expresiones evangélicas de nuestra vida cotidiana, las dos relativas a la hipocresía, probablemente el pecado más veces atacado por Jesús.
 
 
Sepulcros blanqueados
 
            Se aplica a la persona que es hipócrita o no es de fiar, que parece por fuera un hermoso sepulcro todo limpio y blanqueado aunque en su interior no contenga sino lo peor que se pude contener, un cadáver.
 
            La expresión procede también del Evangelio y la utiliza Jesús como una de las siete maldiciones con las que obsequia a los fariseos (y también a los escribas), que constituyen según sabe el lector avezado del Evangelio, el grupo judío al que con más intensidad y con mayor frecuencia se enfrenta Jesús. En el lenguaje judío la expresión adquiere una fuerza inusitada pues el contacto con cadáveres es lo más impurificante que le puede acontecer a un hebreo, un contacto que incluso le invalida para celebrar la Pascua.
 
            La recogen dos evangelistas, Lucas que lo hace en Lc. 11,44, y Mateo, que lo hace de manera mucho más expresiva y que es el que, de hecho, la incluye dentro del discurso de Jesús que recoge las siete maldiciones de las que hablamos arriba, empezadas todas ellas con un “¡Ay de vosotros…!”, por lo que nos acogemos a su versión:
 
            “¡Ay de vosotros, escribas y fariseos hipócritas, pues sois semejantes a sepulcros blanqueados, que por fuera parecen hermosos, pero por dentro están llenos de huesos de muertos y de toda inmundicia! Así también vosotros, por fuera aparecéis justos ante los hombres, pero por dentro estáis llenos de hipocresía y de iniquidad” (Mt. 23, 27-28).
 
 
El beso de Judas
 
            El “beso de Judas” es una expresión frecuente en el lenguaje popular y que alude, lo mismo que la anterior, a la hipocresía, aunque desde otro enfoque. “Beso de Judas” es el que da una persona a otra a la que no ama, antes al contrario, envidia u odia, y se utiliza, por extensión, a todas aquellas situaciones en las que aunque no medie propiamente un beso, uno se presenta como amante o seguidor de una persona a la que en realidad, quiere derribar, ya sea para ocupar su puesto o por otras razones. Representa desde luego la traición elevada a su máxima expresión, aquélla en la que el traidor es incluso capaz de fingir amor para perpetrar el acto de la traición.


            Que Jesús fue entregado a las autoridades por su discípulo Judas, y que éste lo identificó ante ellas dándole un beso se supone que en la mejilla (ninguno de los evangelios aclara dónde), es algo que recogen los tres sinópticos sin excepción (Mt. 26, 47-50; Lc. 22, 47-48), no así Juan.
 
            En esta ocasión vamos a permitir que nos lo cuente Marcos, cuyo evangelio, quizás el más parco en dichos de Jesús, utilizaremos en pocas ocasiones:
 
            “Todavía estaba hablando, cuando de pronto se presenta Judas, uno de los Doce, acompañado de un grupo con espadas y palos, de parte de los sumos sacerdotes, de los escribas y de los ancianos. El que le iba a entregar les había dado esta contraseña: «Aquel a quien yo dé un beso, ése es, prendedle y llevadle con cautela.» Nada más llegar, se acerca a él y le dice: ‘Rabbí’, y le dio un beso. Ellos le echaron mano y le prendieron” (Mc. 14, 43-46).
 
            Lucas es el único que pone la palabra “beso” en boca de Jesús, cuando éste reprocha al que después de todo, es también su discípulo:
 
            “¡Judas, con un beso entregas al Hijo del hombre!” (Lc. 22, 48).
 
            En la versión de Juan, Jesús asume todo el protagonismo de su propio arresto, pasando de mero objeto pasivo del mismo a verdadero sujeto activo, tan activo que Jesús ha de insistir como veremos para poder ser arrestado. En circunstancias tales, el beso de Judas sobra:
 
            “Judas, pues, llega allí con la cohorte y los guardias enviados por los sumos sacerdotes y fariseos, con linternas, antorchas y armas. Jesús, que sabía todo lo que le iba a suceder, se adelanta y les pregunta: ‘¿A quién buscáis?’ Le contestaron: ‘A Jesús el Nazareno’. Díceles: ‘Yo soy’. Judas, el que le entregaba, estaba también con ellos. Cuando les dijo: ‘Yo soy’, retrocedieron y cayeron en tierra. Les preguntó de nuevo: ‘¿A quién buscáis?’ Le contestaron: ‘A Jesús el Nazareno’. Respondió Jesús: ‘Ya os he dicho que yo soy; así que si me buscáis a mí, dejad marchar a éstos’” (Jn. 18, 3-8).
 
 
            ©L.A.
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