Sin duda estamos en un tiempo de reflexión, por ser Cuaresma y por las circunstancias históricas que ha planteado la renuncia de Benedicto XVI a la silla de Pedro.  La Iglesia entra en un periodo de desierto cuaresmal, ya que a la hora de elegir Papa los cardenales han de plantearse un análisis serio sobre el “estado de la Iglesia”, y vencer al demonio que sigue tentando siempre de lo mismo.

                La Iglesia es santa, pero está compuesta por hombres, con todos nuestro defectos y miserias. Y, por tanto, no se escapa de verse salpicada por nuestras indigencias. Así ha ocurrido siempre. Las tempestades nunca han faltado en este mar proceloso del mundo en que vivimos.  Y el timonel de la barca de Pedro se las tiene que ver con el mar y la tripulación. Hace falta mucho temple para sortear los males de fuera y de dentro.

                Si hacemos un análisis elemental de la situación, encontramos a una Iglesia que se ha sometido ella misma a un proceso de renovación en la FE. Es fundamental que todos los que pertenecemos a esta Familia de los Hijos de Dios, seamos hombres y mujeres de fe. Pero de una fe sin fisuras, comprometida, contagiosa, alegre, obediente, atractiva…  Ese es el primer objetivo que se ha de marcar el nuevo Pontífice. Si la FE no marca el rumbo con audacia, honradez y compromiso, seguiremos con una navegar cansino y poco entusiasmante.   Es más, se seguirían cuestionando las exigencias del camino cristiano.

                Esta FE exige UNIDAD. Somos una sola Iglesia, y no podemos ir por libre ni en lo teológico, ni en lo legal, ni en lo pastoral. Nuestra libertad nos faculta para hacer el bien. De lo contrario no sería libertad verdadera. “La Verdad os hará libres”, dice el Señor. Y este es otro de los retos que se planteará  el nuevo Pontífice: formarnos  para una libertad responsable. La doctrina está clara y abundante, pero hay que hacerla vida.

                Y la FE se ha de manifestar en el rechazo de la VANIDAD, de la prepotencia, de las originalidades caprichosas, de las excentricidades grotescas, de las guerrillas particulares sin fuste… El Pontificado de Benedicto XVI pasará a la historia por la abundancia del buen alimento doctrinal, pero que no hemos terminado de asimilar para hacerlo vida. Yo le pediría al nuevo Papa que dosifique la doctrina para que no nos desborde.  Muchos sectores de la Iglesia se quedan en ayunas rodeados de abundante alimento. Es hora de puntualizar, de marcar metas concretas y asequible.

                Todos los miembros del Pueblo de Dios, Jerarquía y fieles, debemos entrar en un proceso de conversión, en un reciclaje, para volver a estrenar la VIDA CRISTIANA GENUINA, con fidelidad a los talentos recibidos, no dejando morir los CARISMAS que un día el Espíritu Santo depositó en su Iglesia para promover la ilusión por la santidad. Todas las realidades eclesiales, y la más básica que es la Parroquia, se han de poner en pié de guerra, como ejército bien disciplinado, para sea una realidad los que decimos en el Padrenuestro: VENGA A NOSOTROS TU REINO. HAGASE TU VOLUNTAD EN LA TIERRA COMO EN EL CIELO.  

   Si tuviera que indicar cuáles son  los pilares imprescindibles para una verdadera vida cristiana y una eficaz evangelización, yo diría los siguientes: ORACIÓN, PALABRA DE DIOS, EUCARISTÍA, CONFESIÓN,  PENITENCIA y APOSTOLADO.  La experiencia la tenemos en el espíritu de los conocidos santuarios marianos. Son millones los fieles que han encontrado allí la fe verdadera, y siguen el programa que les ofrece la Virgen.  Nos empeñamos en planteamientos perfectamente estudiados desde los despachos, y nos podemos olvidar de lo elemental que nos ofrece el Evangelio. La Evangelización es tarea de santos. Siempre lo ha sido. Y de eso se trata. Nada fácil, por supuesto, pero imprescindible.

Juan García Inza
juan.garciainza@gmail.com