Anoche alguien me dijo que no me significara tanto, que me dejara de Papas y de religión, y demás avatares católicos. Es decir, que mi literatura podría salir perjudicada, e incluso mi fama de hombre culto (que lo soy, por supuesto). La verdad es que ahora mismo sonrío. Porque en esto consiste nuestro mundo para infinidad de personas: en dejar de ser lo que eres, y en esconder el alma en el camuflaje de lo que conviene. Si te muestras como eres, lo siento, pero estás perdido para el mundo posmoderno. Y ya no digo si te manifiestas a favor de Cristo, y de los sacramentos. Cunde la superchería y el depende, lo que se lleva y el sospechar de todo. No vayan a pensar... Han provocado que nos dé vergüenza la verdad -y la Verdad-, que mi creencia me la guarde en el bolsillo, como si no tuviera que ver conmigo, ni con nada. ¿No te das cuenta que se supone eres un hombre inteligente? Pues eso: no te signifiques, no saques a relucir si rezas, y demás pimpollos piadosos y rarezas vaticanas. ¿A quién le importa? Un momento, un momento. ¿Y a mí que me parece que importa más de lo que creemos? Estamos todos hartos de gilipolleces. Hartos de inconmensurables naderías insípidas. ¿Hay algo o alguien verdaderamente auténtico, coherente, sin complejos? Yo lo intento. Y lo hago, en primer lugar, porque soy egoísta. Entendámonos: porque necesito hablar y escribir de lo que amo. Lo ne-ce-si-to. Orgulloso de Cristo, y de la Virgen (¡pues claro que rezo el Rosario!), y de todos los santos. Orgulloso de mi pasión por Ana, que es el mismo Cielo en la tierra: yo no conozco mayor bienaventuranza que su figura, que su elegancia, que su alma. Pero ¿cómo no voy a escribir de lo que siento, de lo que creo y de lo que pienso? ¿De qué diantre iba a escribir entonces: de abstrusas alucinaciones, de vericuetos eruditos, de hermética metapoesía? Quiero ser verdadero, quiero mostrar mi alma tal cual es -que se note-, y cuanto más sencillo mejor. Porque los hombres necesitamos con urgencia de la verdad. Y cuanto antes. La mentira ahoga el corazón y marchita la belleza y la alegría. No sale a cuenta.