La situación que está atravesando España en estos últimos tiempos, debida a una crisis poliaspectual bajo pretexto de una pandemia, ha desencadenado un hecho algo “insólito” y difícil de esperar en España.

Buena parte de la derecha sociológica española, caracterizada por su acomplejamiento, su comodidad y su esnobismo, pensó que ya era hora de reaccionar a pie de calle contra la peligrosidad del gobierno frentepopulista.

Pese a que el Estado de Alarma, al comienzo, fue visto con buenos ojos por no pocos españoles no necesariamente de izquierdas, más de uno empezó a considerar que ya se había llegado demasiado lejos.

El decreto-ley relacionado con la temática en cuestión ha servido para consolidar ese régimen dictatorial posmoderno que está instalado en Moncloa, del que son responsables tanto el PSOE como PODEMOS.

De hecho, en esas manifestaciones espontáneas que no solo se han limitado al “Madrid más de derechas” (Salamanca, Chamberí, Pozuelo-Aravaca, Mirasierra-Montecarmelo…) se proferían gritos de “libertad”.

Es más, no se ha tenido demasiado miedo a las amenazas de la NKVD de Marlaska, dispuesta a ejercer ese control exacerbado que en su día no hubo en Barcelona, ante el asedio de los CDR (incluyendo las redes sociales por cierto).

Pero no quiero dedicar este ensayo a un nuevo análisis en profundidad sobre esta reacción espontánea social (posteriormente “canalizada” en una caravana-protesta de VOX), sino a algunas de las orientaciones a dar a esa masa a la cual apoyar.

En este caso, en pos de la consolidación de una sociedad activa y vigilante, que resulte del fortalecimiento reivindicado de la soberanía social, lo cual nos lleva a poner en cuestión determinados puntos sobre el “poder político” (el estatismo).

Pero, antes de desarrollarse, quizá convenga advertir de que el problema no viene relación con los conceptos de autoridad y regla “per se”, que vienen a ser indispensables en un orden natural.

Todo viene en relación a un fruto de la Revolución, que es lo que yo entiendo por Estado. Lo que también se denomina “Estado moderno” es un artificio centralista y monopolístico que busca subvertir el orden natural creado por Dios.

La Revolución Francesa supuso la creación del Estado moderno, así como la germinación de las bases del secularismo, el laicismo intolerante, la masonería, el socialismo y el comunismo.

El noble austrohúngaro Erik von Kuehnelt-Leddihn le atribuía a la misma el carácter de “fuente de todos los males” actuales, mientras que las siguientes fases revolucionarias han “rematado sucesivamente” con lo “sembrado previamente”.

Por ello, las teorías marxistas sentaron las bases del igualitarismo económico más absoluto (aparte del control absoluto y centralizado de los medios de producción y distribución).

A su vez, con la caída del Telón de Acero, algunos comenzaron a tomarse en serio la vía cultural como punto de partida para ese orden artificial ateo con una sociedad plenamente estrangulada, no solo en lo económico.

De ahí que, con lo asentado por Antonio Gramsci y Simone de Beauvoir y la colaboración de entes como la ONU, la UERSS, la Open Society de George Soros y determinadas élites económico-financieras, surjan “nuevas corrientes”.

Hablamos de las llamadas “novedosas ideologías revolucionarias” como la ideología de género, el ecologismo, el animalismo y el multiculturalismo, que requieren de una ingeniería social previa, por la fuerza, contra natura.

Es más, no me cabe la menor duda de que el COVID-19 (fruto de la acción humana de un laboratorio controlado por la tiranía comunista china) está sirviendo como absoluto pretexto y treta para avanzar en la estrategia revolucionaria.

Se ha generado una “histeria colectiva” (a la que ayuda el hecho de que la sociedad haya renunciado progresivamente a la Divina Providencia, en base a un creciente secularismo y una crisis de principios que nos hace perder esperanzas).

En base a la misma se pretende avanzar con la agenda del Nuevo Orden Mundial, contemplando puntos como la supresión del dinero en metálico, el refuerzo de la banca central y la transición del Estado-nación al Estado Único Global.

Al mismo tiempo, en materia económica, las ocurrencias más habituales suelen ser perseveraciones en los catastróficos errores intervencionistas como el keynesianismo: más crédito artificial, más regulaciones, más deuda, más gasto,…

Por ello, no ha de sorprendernos que, en España, el dictador Pedro Sánchez (sin ninguna duda, mucho más peligroso que el general Francisco Franco), orgulloso de reeditar el Frente Popular, avance en su agenda tan globalista como liberticida.

No ha sido menos España en cuanto a la consolidación de un Estado policial, aparte de aprovechar la ocasión para reforzar el poder político centralista, controlar sectores económicos y forzar determinados avances ideológicos.

Y es que nada de esto está desligado de la tendencia problemática y expansiva de lo que entiendo como Estado (ente artificial revolucionario), algo cierto aunque haya gobernantes que contrarresten esto y sean bastante buenos.

Pero que me oponga a esta abstracción y medio de subversión del orden natural divino no implica que debamos de oponernos a los principios de autoridad y regla de por sí.

Ellos, los revolucionarios, han visto un escollo en las distintas acepciones positivas de la autoridad: la paternal, la docente, la eclesiástica, la familiar, la divina… De ahí su obsesión por el igualitarismo no solo económico.

De hecho, la monarquía tradicional no les ha gustado nunca nada porque, precisamente, esta era respetuosa con la sociedad y las correspondientes cuestiones de la Ley de Dios.

Luego, el caos (alentado por la propaganda en tanto que corresponda) siempre les ha resultado muy conveniente para justificar sus medidas de anulación de la sociedad, de ejercicio y práctica totalitaria.

Además, en lo concerniente al principio de la regla, tengamos presente que ha de haber un código moral que rija los comportamientos e interacciones de una sociedad con libertad para ejercer el bien, espontáneamente ordenada.

Los cuerpos intermedios (comunidades vecinales, familias, entidades eclesiásticas, gremios, sindicatos, municipios…) están en todo su derecho (por así decirlo) a definir determinadas normas.

El problema es cuando la regla no se basa en una norma de ordenación comportamental que reprima, corrija y penalice alguna mala actitud del individuo, sino en un pretexto de anulación, dominación, estrangulamiento, ruina y opresión.

Por lo tanto, teniendo en cuenta que “todos los caminos conducen a Roma”, tratemos de reivindicar el orden natural divino así como de ensalzar la soberanía social, en base al principio de subsidiariedad bien entendido.

Desconfiemos del Leviatán, mecanismo coactivo y monopolístico para imponer un falso orden artificial, ateo, materialista, de individuos atomizados (con dignidad anulada) que busca meros súbditos al correspondiente servilismo luciferino.

(Ojo, si alguien va a hacer alguna puntualización recurriendo a las multinacionales, recordemos que el oligopolio y el monopolio son fomentados por el Estado y que el problema es que hay big businesses más interesados en la prebenda política y la ideología que en la satisfacción social por medio del mercado).

E insisto, para finalizar, en que el orden, la regla bien entendida y la autoridad no interesan a las hordas revolucionarias. Lo que les interesa es ir contra Dios, algo a contrarrestar, a parte de reivindicar la tradición y la libertad bien entendida.