Siempre es igual. Me encuentro charlando con un grupo de adolescentes y estoy intentando abrir en ellos el interés por las cosas de Dios: hablamos de la oferta de salvación de Jesús, de que Él nos ama y nunca nos dejará, hablamos de comunidad y de qué es necesario que nos queramos y cuidemos los unos a los otros… Percibo que todo esto les resulta un poco abstracto, pero sí es verdad que algunos se sienten atraídos por el “programa del Reino”… presiento que están cerca… Entonces suele saltar la objeción : “Es que yo paso de ir a misa…, tío, me aburro, no entiendo nada…”

Yo entonces digo que no es eso, que eso llegará a su debido tiempo, y que ahora lo importante son ellos y el Señor… pero me parece que no consiguen entenderme.

Supongo que es el resultado de siglos de pastoral, de una forma determinada de hacer las cosas, y que esa forma de presentar el Mensaje del Evangelio ha calado tanto en la mentalidad popular que ahora resulta muy difícil de cambiar. En resumen: para la mayor parte de nuestros jóvenes el cristianismo, incluso la espiritualidad en conjunto, se reducen a “ir a misa”.

Y, por supuesto, no van.

Entre los chavales de  mi instituto  que escogen la materia de Religión calculo que la práctica dominical habitual  no llegue al 2%. Podemos considerar esto como algo grave, pero a mí me parece que aún lo es más el hecho de que, para ellos, la asistencia a la eucaristía es la única puerta de acceso, la única vinculación posible con la experiencia espiritual, la puerta de acceso a la relación con Dios.

¿Qué es lo que ha fallado entonces? Humildemente podría decir que, por haber dedicado muchos años al estudio de la pastoral en los últimos  tres siglos, me resultaría fácil dar una explicación académica al problema, pero no merece la pena hacerlo aquí. Podemos quedarnos en que, desde el Concilio de Trento, se potenció en ciertos ámbitos de la Iglesia una “espiritualidad de la práctica y del conocimiento de las verdades de la fe”. De ahí que, para muchos, la asistencia a la misa dominical (que, junto con la confesión, constituye el único sacramento que se recibe continua y habitualmente), acabara por identificarse con la vida cristiana misma y, en cierta medida, por suplantarla.

Rogaría a quien lea este post que no cayera en la tentación de decirme que, puesto que la eucaristía es centro y culmen de la vida del creyente de la fe, ese planteamiento no resulta tan incorrecto. Sí lo es. ¿Por qué?  Porque la práctica sacramental presupone la vida de fe, pero no la sustituye, y porque debemos olvidar la mala costumbre  de dar respuestas teológicas a cuestiones pastorales: no podemos solucionar a golpes de doctrina lo que, básicamente, es un problema de comunicación. Por eso, sigo insistiendo una vez más, en que el gran reto que tenemos en la Iglesia de hoy es superar nuestra incapacidad de mostrar el Mensaje de Jesús de forma comprensible y, sobre todo, apetecible.

Si los jóvenes no “practican” es porque antes de “practicar” es preciso “experimentar”… ¡He aquí la gran novedad! ¿Novedad? ¿Acaso no era esa la práctica establecida en la Iglesia Primitiva? En efecto, allí las catequesis mistagógicas precedían a la plena participación en los Misterios de la misa. Desde esta perspectiva, el memorial de la muerte y Resurrección del Señor se convertía en el culmen de la experiencia de fe, pero no en su práctica inicial.

Seguramente alguien dirá que la eucaristía en sí, como sacramento fundamental (junto con el bautismo), puede aumentar ex opere operato la Gracia en el creyente, lo que es una gran verdad: por eso la Iglesia nos manda participar obligatoriamente en la eucaristía a partir de los 7 años los días de precepto. Sin embargo, querer hacer pasar a toda costa a un joven o a una persona adulta “alejados” (otro término que debemos acostumbrarnos a olvidar, porque la mayoría de las personas sencillamente nunca ha estado “cerca”) por esa única puerta de entrada, me parece un error muy grande, que puede llevar a rechazar lo que, por pura sociología, no se puede comprender.

No es fácil tratar en poco espacio un tema como éste: espero haberme hecho comprender. Creo, de todas formas, que la gran cuestión estriba, como siempre, en comunicar correctamente, y esto implica la necesidad de revisar a fondo toda nuestra pastoral. De momento creo que no lo estamos consiguiendo. No hemos sido capaces aún de crear una cultura cristiana en sintonía con la posmodernidad, y el resto, me temo, son problemas derivados…

Es preciso encontrar el camino para llegar a los hombres y mujeres de hoy, sobre todo a los más jóvenes. No podemos continuar con la inercia de los siglos, añorando un pasado que ya no existe.

En esta tarea estamos todos implicados y se trata de un camino apasionante.

Pero, cuando el Hijo del hombre venga ¿encontrará la fe sobre la tierra? (Lc 18, 8).

Un abrazo a todos.

josuefons@gmail.com