San Valero fue Obispo de Zaragoza (siglo IV), maestro de San Vicente Mártir y confesor de la fe cristiana frente al poder tiránico.

Valero estuvo presente en el primer concilio español del que existe noticia: el de Elvira (Ilíberis o Iliberri), en Granada, en el que se trató el tema de la separación de las comunidades judías que había en España, al mismo tiempo se marcaron estrictas normas para defender a los cristianos del ambiente pagano. 

Este concilio sentó las bases de lo que sería la Iglesia en España.

La doctrina católica, entonces igual que ahora, era generadora de comportamientos de libertad, superadora del miedo al poder y denunciadora de la corrupción social y moral

Por lo que los emperadores  Diocleciano y Maximino emprendieron una persecución contra la Iglesia, en especial contra aquellos pastores,  que no eran pastueños y que en los poderosos corruptos no veían motivos de inspiración.

San Valero fue de los obispos maestros, de ahí su importante participación en el concilio de Elvira, pero también fue un obispo pastor, que sabía proteger a sus fieles de las perversas influencias morales en que había degenerado el poder imperial.

Por ello Valero fue perseguido y encarcelado junto con su diácono Vicente.

Prudencio nos indica que Valero recibe el apelativo de "confesor" al reconocer ante los romanos su fe.

No alcanzo el martirio como su  su diácono Vicente, muerto en Valencia que le acompañó en su cautiverio hasta la ciudad del Turia durante la persecución de Diocleciano, y en donde salvó la vida, ignoramos por qué causa concreta (una  tradición posterior, más novelesca, nos dice que San Valero era de difícil palabra, acaso un poco tartamudo; y que, en el tribunal valenciano, ello dirigió la atención principal al fogoso Vicente, que quiso hablar por ambos y pagó con la vida su atrevido discurso).

Valero inspirado no en Diocleciano, sino en el Evangelio, con su comportameinto valiente frente al poder, con el que no pactó sino se enfrentó, extendió  la pequeña comunidad cristiana cesaraugustana fundada por Santiago y bendecida por la visita en carne mortal de Nuestra Señóra, y la consolidó por los siglos.

Hoy lo celebramos y gracias a su postura y a su ejemplo diecisiete siglos después la Iglesia diocesana de Zaragoza sigue presente

 

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