Han llamado poderosamente la atención en Japón y fuera de Japón, las declaraciones realizadas por el que fuera primer ministro del Imperio del Sol Naciente en los años 2008 y 2009, Taro Aso, quien en el curso de unos encuentros para discutir el futuro de la depauperada seguridad social de su país, afirmó que a los viejos se les debería animar a “darse prisa en morir”, para así reducir el agujero de la seguridad social, mientras aseguraba que él ya ha escrito su testamento y que en él pide ese supuesto “derecho a morir de prisa” y renuncia a los cuidados “del final de la vida”.
 
            “Incluso si los médicos dicen que me pueden mantener con vida, para mí sería insoportable. Me sentiría culpable sabiendo que lo tiene que pagar el Gobierno”. Lo que dicho en el país que goza de la mayor esperanza de vida en el planeta y con un 25% de la población por encima de los 65 años de edad, se pueden Vds. imaginar las alharacas que ha producido entre los votantes más talluditos.
 
            Aso es un político controvertido en Japón. Emparentado con la familia real nipona, aparte de haber llamado “nazi” a un partido de la oposición y de sus conocidas salidas nocturnas de las que él se jacta y que no son tan bien vistas entre sus conciudadanos, sus ataques a la que se da en llamar “tercera edad” no los realiza por primera vez. En otra ocasión ya declaró que los ancianos eran un grupo de “imbéciles”, mientras se preguntaba “¿por qué he de pagar yo impuestos por gente que no hace otra cosa que sentarse a ver pasar la vida, comer y beber?”.
 
            Taro Aso, de setenta y dos años de edad, es también un viejo conocido de los lectores de esta columna, pues ya nos referimos a él cuando hablamos de los primeros ministros japoneses que son cristianos (), una extraña raza que consigue ocupar el poder cinco veces más de tiempo de lo que le correspondería en términos demográficos, ya que apenas un 2% de la población japonesa es cristiana. No sólo cristiano, Aso es también católico. Si la primera condición la comparte con seis primeros ministros más en su país, la segunda sólo la comparte con dos: Hara Takashi, primer ministro entre 1918 y 1921, es decir en plena Primera Guerra Mundial, y Shigeru Yoshida, que lo fue entre 1948 y 1954.
 
            Cabe preguntarse si cuando de veras le llegue “la hora” al juerguista y apuesto ex-primer ministro japonés, seguirá pensando con la misma ligereza con la que lo hace ahora o, por el contrario, le pasará como a aquel médico eutanasista holandés, viejo conocido también de esta columna (), que después de aplicar centenares de eutanasias durante su meritoria carrera profesional a sus pacientes y de ser un entusiasta defensor de la fórmula, vino a descubrir, casualmente cuando ya le tocaba a él, que lo de la eutanasia no era, después de todo, tan buena solución.
  
 
            ©L.A.
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