La verdad, cada vez que llega la Semana de la Unidad de los Cristianos yo no sé dónde meterme.

La palabra ecumenismo no está de moda. Los católicos más tradicionalistas la desdeñan y quieren desprestigiarla hasta proclamar anatema a Juan Pablo II por organizar el “totum revolutum (sic)” de Asís. Los protestantes más integristas ni la nombran, porque hacerlo es poner a todas las religiones por igual  y juntarse con católicos es casi lo mismo que abrir la puerta al islamismo.

Si viniera Jesucristo y nos viera ¿qué pensaría?.. Cuánto tiempo y energías malgastamos en pelearnos con los de dentro y los de fuera.

Por eso en vez de esforzarme una vez más por enumerar como en este post aquí enlazado  la amplia y difundida enseñanza magisterial que tenemos al respecto, creo que lo mejor es contar un par de historias por si a alguien les dicen algo.

La primera la viví en la JMJ, durante la cual acogimos en casa a un chico francés que se hizo protestante “por honestidad intelectual” según sus palabras.

Resulta que era el único protestante de una familia muy católica de ocho hermanos. Tenía además un hermano seminarista en Toulon. Me contaba que tanto su hermano como él se trataban con el sumo respeto de saber que uno de los dos estaba equivocado, lo cual era una especie de brida a la legítima pretensión de ambos de tener la razón.

La historia no acaba ahí; ante su conversión al protestantismo se encontró con el problema de dónde vivir su fe, pues necesitaba hermanos. Y hete aquí que Monseñor Dominique Rey lo acogió en una comunidad de alianza formada por católicos, por lo que nuestro amigo protestante pudo serlo bajo el amparo de la Iglesia católica…extraño ¿verdad?

Pero qué lacerante verdad saber que si tienes razón tu hermano está equivocado,  y qué hermosa hermandad que hace que eso duela. Y qué bella la paternidad del obispo.

Me recuerda a la historia que circula por internet del rabino judío que contó cómo se quedó huérfano por causa de la guerra siendo acogido por una familia que fue a preguntar al  sacerdote del pueblo si podían bautizar al niño.  El párroco tuvo una pronta y comprensiva respuesta: “Se debe respetar la voluntad de los padres” Posteriormente el niño judío fue enviado al entonces naciente Estado de Israel, donde se criaría y educaría.


La anécdota resultó muy interesante para Juan Pablo II, y pasó a ser más conmovedora aún, cuando Meir Lau el gran Rabino del Estado de Israel le aclaró la identidad de aquellas personas: “Usted, Eminencia, era ese párroco católico. Y ese niño huérfano… era yo”.

Cuento otra historia más, está la vivió en primera persona un amigo, predicador muy conocido al otro lado del atlántico, que fue a una conferencia de Alpha en Chicago. Como es costumbre en un momento se invitó a que se orara los unos por los otros, con la condición de que se orara por alguien que no fuera de tu confesión. Mi amigo se sintió impulsado a rezar por un hombre a la vez que algo le decía que le pidiera perdón en nombre de la Iglesia católica.

Imaginen la escena: con toda la delicadeza del mundo, se acercó y una vez averiguado que efectivamente el hombre era un pastor protestante, empezó a pedirle perdón tal como había sentido que tenía que hacer. El hombretón se echó a llorar, y entre sollozos y abrazos le explicó que era misionero en Argentina donde los católicos del pueblo lo rechazaban y acosaban habiendo llegado a tirarle piedras por ser protestante.

Calmadas las cosas, siguieron en oración, y el hombre parecía todavía inquieto, por lo que mi amigo le preguntó si todo iba bien, pues sentía una gran carga aún sobre él. El pastor le dijo: lloro porque al venir a esta conferencia mis hermanos protestantes de congregación me han vuelto la espalda al saber que en ella también había católicos…

Qué extraño mundo este de la Unidad de los cristianos, pues perdón y misericordia, amor y verdad se tienen que conjugar en una ecuación imposible para quien tiene la grandeza de corazón de entender que con la falta de unidad perdemos todos y hacemos sufrir a nuestro Padre como hijos suyos que somos.

Que la Iglesia nos recuerde una vez al año que la unidad es un imperativo directo del Señor  y que además se una en oración para ello con otras confesiones cristianas debería ser motivo de reflexión para todos.

No podemos permitirnos la frivolidad de pasar por alto que Benedicto XVI se ha propuesto la unidad como una de las prioridades de su pontificado, ni hacer como si las declaraciones que hizo en Alemania no se aplicaran más que en tierras teutonas.

Las triste realidad es que parece que somos católicos 357 días al año, y nos guardamos 8 para ser ecuménicos, como si el resto del año no hubiera que serlo. Y en esos 8 días malogramos toda la catolicidad de los anteriores 357 días, pues no podemos ser plenamente católicos sin querer lo que la Iglesia quiere según el corazón de Cristo.

Reconozco que cuando llega la semana de la unidad no sé dónde meterme porque el tema me incomoda. Me parece que se podría hacer mucho más que unas celebraciones al año y unas buenas palabras. Me extraña que si nos sabemos hermanos no tengamos mayor unidad. Me escandaliza que los católicos no se sepan lo que dice el catecismo de las demás iglesias. Me duele como católico convencido de lo de “subsistit in”.

Me duelen en definitiva las buenas palabras, cuando son sólo buenas y pasajeras razones, en vez de duraderos amores.