Este domingo celebramos la solemnidad de Pentecostés, cuando el Espíritu Santo se manifestó y transformó a quienes lo recibieron. El Evangelio que se lee es un resumen de varios versículos del San Juan. A veces viene bien leer todo el texto, porque en los resúmenes siempre se pierde algo. Por ejemplo:

yo rogaré al Padre, y Él os dará otro Consolador para que esté con vosotros para siempre; es decir, el Espíritu de verdad, a quien el mundo no puede recibir, porque ni le ve ni le conoce, pero vosotros sí le conocéis porque mora con vosotros y estará en vosotros. No os dejaré huérfanos; vendré a vosotros (Jn 14, 16-18)

¿Por qué el mundo no puede recibir al Espíritu Santo? Esto nos lo explica claramente San Agustín en su tratado sobre el Evangelio de San Juan:

Dice que el mundo no puede recibir al Espíritu Santo, de la misma manera que si dijéramos: La injusticia no puede ser justa. El mundo (esto es, sus amadores) no puede recibirlo, porque no lo ve. Porque el amor humano no tiene ojos invisibles, y éstos son los únicos que pueden ver lo invisible, como es el Espíritu Santo. Prosigue: "Mas vosotros le conoceréis, porque permanecerá con vosotros". Y para evitar que sospechasen que permanecería a la manera de un huésped que está visiblemente entre los hombres, dice: "Estará en vosotros". (San Agustín. In Ioannem tract., 74)

Podríamos decir que el Espíritu Santo se manifiesta como la fuerza que Dios nos ofrece, por medio de dones y carismas. Es un viento que mueve nuestro ser hacia donde la Voluntad de Dios señala. Por medio del Espíritu Santo, todas las lenguas llegan a comprenderse sin dificultad. Es decir, la maravillosa diversidad de carismas y dones, trabajan unidos para que la Iglesia (Cuerpo de Cristo) se mueva con destreza y armonía. Podemos decir que el Espíritu Santo nos hermana, porque nos une y reúne en Nombre de Cristo. No se trata de una hermandad asociativa humana, sino de una realidad sobrenatural que hace posible que trabajemos para mayor gloria de Dios y dejemos de mirarnos el ombligo personal. La Hermandad del Paráclito es justo lo contrario a la Torre de Babel.  

Volvamos a la pregunta inicial. ¿Por qué el mundo no puede recibir al Espíritu Santo? El mundo representa nuestros intereses egoístas. Es la extensión de la Torre de Babel, que busca llegar a Dios por medios humanos. ¿Cómo puede recibir el mundo algo que le contradice.? Probemos a decir en los medios de comunicación que Cristo es Rey del universo y que sólo encontramos sentido en Él. Las reacciones de menor violencia serían las carcajadas que muchos darían. El mundo no puede recibir el Espíritu Santo, porque dejaría de ser mundo. Paráclito, el mundo necesita recibirte, para dejar de ser mundo y convertirse en Reino de Dios. El Señor nos propone seguirlo, pero para hacerlo realmente, necesitamos negarnos a nosotros mismos. ¿Por qué es tan importante negarnos? Porque es la única forma de abrir la puerta de nuestro ser a su llamada.

Unidos, gracias a la Hermandad del Paráclito, nuestros carismas trabajarán en armonía física y espiritual. Cada voz formaría parte de la gran obra orquestal que Dios inició creando el universo. El entonces Card. Joseph Ratzinger, actualmente Papa Emérito Benedicto XVI, dijo en una conferencia pronunciada el 30 de noviembre en la Universidad Católica San Antonio de Murcia:

La síntesis entre catolicidad y unidad es una sinfonía, no es uniformidad. Lo dijeron los Padres de la Iglesia. Babilonia era uniformidad, y la técnica crea uniformidad. La fe, como se ve en Pentecostés en donde los apóstoles hablan todos los idiomas, es sinfonía, es pluralidad en la unidad. Esto aparece con gran claridad en el pontificado del Santo Padre con sus visitas pastorales, sus encuentros.

Esto es justamente lo que la Hermandad del Paráclito nos ofrece. Vivir en armonía, dentro de la sinfonía de la creación de Dios. En Pentecostés conviene reflexionar sobre esto e intentar que esta Hermandad se haga presente en nuestras parroquias, grupos, movimientos, etc.