Suelen distinguir los que se muestran escépticos ante la cuestión teísta entre ateos, aquéllos que sostienen que Dios no existe, y agnósticos, aquéllos que sin atreverse a tanto, no pueden afirmar, por el contrario, que Dios sí existe. El agnosticismo es un movimiento muy extenso, que admite graduaciones que van desde la casi certeza en que Dios no existe, hasta la esperanza de que sí exista.
 
            Ateísmo y agnosticismo son movimientos en principio neutros y estrictamente personales, casi diría íntimos. Su actuación en la sociedad no tiene porqué ir más allá de una presencia testimonial, que puede incluir desde luego, porque para eso somos libres todos, los ateos también, toda clase de expresión y manifestación. Pero no puede representar, en modo alguno, una actuación reactiva, y menos aún agresiva. Se limita uno a creer o a dudar de que Dios existe, a lo sumo se apena de que otros sean tan ingenuos como para creerlo, -o por el contrario, envidia a los que creen por la esperanza que la fe les brinda- y hasta intenta convencer a sus más cercanos o incluso a los que son más lejanos, a través de libros, publicaciones, etc. de que, según lo ve él, la existencia de Dios es imposible.
 
            ¿Es así como vemos actuar a determinados ateos –en esto del ateísmo como en todo, los más radicales intentan siempre apropiarse de la marca, excluyendo de ella a los que no son tan radicales como ellos- en las sociedades occidentales modernas? No en modo alguno. Los comportamientos, sólo a modo de ejemplo, de los autodenominados ateos en la JMJ que se celebró en Madrid el año pasado, revela cualquier cosa menos ateísmo: revela lo que aunque el término pueda llamar a engaño y antojarse adyacente o similar, es en realidad algo completamente diferente: revela antiteísmo, o en terminología mucho más al uso y que en esta ocasión refleja muy bien lo que tiene que reflejar, verdadera teofobia, es decir fobia de Dios, odio de Dios. Como lo revelan tantas otras conductas e iniciativas que estamos analizando a diario en esta columna. Los señores supuestamente ateos que se toman la molestia de para que dejen de hacerlo; en todas las escuelas de su país; a una pareja que ya tiene ocho hijos naturales y otros cuatro en adopción por la sola razón de ser cristianos, , venderla y resolver su vida y la de la generación siguiente se limita a destruírla; , en modo alguno se comportan como ateos, se comportan como verdaderos teófobos. personas que odian a un Dios que existe para ellos más que para nadie, y al que convierten en responsable de su odio.
 
            Lo que nos lleva a la conclusión de que esos comportamientos teofóbicos, lejos de ser ateos, revelan una profunda fe, aunque sea una fe tan amarga que conduzca a odiar aquello en lo que se cree. En otras palabras, no es que no crean en Dios, es que quieren acabar con él. Tienen que ser verdaderamente infelices los teófobos: querer acabar con Dios es el proyecto más absurdo e inalcanzable que mente humana haya podido concebir.
 
 
            ©L.A.
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