[Los cristianos]… se casan como todos y engendran hijos, pero no abandonan a los nacidos. Ponen mesa común, pero no lecho. Viven en la carne, pero no viven según la carne. Están sobre la tierra, pero su ciudadanía es la del cielo. Se someten a las leyes establecidas, pero con su propia vida superan las leyes. Aman a todos, y todos los persiguen. Se los desconoce, y con todo se los condena. Son llevados a la muerte, y con ello reciben la vida (Carta a Diogneto. Siglo II)

Ama a tu prójimo más que a tu vida. No mates al hijo en el seno de la madre y tampoco lo mates una vez que ha nacido. No abandones el cuidado de tu hijo o de tu hija, sino que desde su infancia les enseñarás el temor de Dios. No envidies los bienes de tu prójimo; no seas avaricioso; no frecuentes a los orgullosos, sino a los humildes y a los justos. (Carta a Bernabé. Siglo II) 

Hoy celebramos el día de los Santo Inocentes, una fecha que desde hace unos años hemos asociado con el recuerdo de tantos niños que están muriendo por causa de las políticas reproductivas de género. Poíticas que nos están imponiendo desde los distintos gobiernos de muchos de nuestros países. 

Es cierto que la doctrina de la Iglesia ha tenido sus altibajos respecto del tema y que algunos Padres de la Iglesia han creado más confusión que claridad al intentar fijar criterios filosóficos para un hecho que es principalmente científico. La ciencia también ha venido a darnos respuestas a las dudas que podríamos tener. ¿He dicho una barbaridad? Creo que no: "La ciencia puede purificar la religión del error y la superstición y la religión puede purificar la ciencia de la idolatría y los falsos absolutos" (Juan Pablo II) 

Ahora conocemos cómo están compuestas las células, qué es el material genético, cuando es posible decir que una célula pertenece a un ser humano y cuando se ha iniciado la vida de cualquiera de nosotros. Con toda esta información científica, ya no dudamos. El ser humano aparece cuando existe una célula viva diferenciada de la de sus progenitores. Una célula viva es aquella que nace, crece, se reproduce y muere. 

Muchos científicos ateos están de acuerdo con que la vida comienza desde el momento de la fecundación, por lo que no es cuestión de doctrina o fe. Cuando esto ha quedado claro, el discurso de los pro-abortistas ha buscado una mejor forma de consguir sus objetivos. Ya no se habla de ser humano, sino de persona. Ahí no puede entrar la ciencia, ya que la definición de persona humana es filosófica y depende de una serie de premisas indemostrables, sobre las que se asienta nuestro modelo de ser humano. ¿Cuándo se empieza a ser persona? Nadie lo sabe, por lo que es posible fijar el límite que resulte adecuado a la ideología del momento. Pero ¿hemos olvidado la dignidad inalienable de la vida del ser humano? ¿Dejamos que se nos engañe introduciendo en la discusión el concepto de persona? Sin duda muchos se han dejado convencer y aceptan que el aborto es un mal menor, totalmente asumible desde el punto de vista moral y médico. 

El aborto es un síntoma de que nuestra sociedad está enferma. Cuando aceptamos que un ser humano es digno de vivir o no, según se cumplan una serie de indicadores, estamos quitando la vida a quienes no podemos devolverla. La eutanasia parte de la premisa de la existencia de un momento cuando dejamos de ser dignos de vivir. Pero la cosa va más allá. Existen países, como en China, las niñas tienen menos derecho a vivir que los niños. Pero no nos vayamos tan lejos. Aquí mismo tienen menos derecho a vivir aquellos niños que tienen probabilidades de sufrir enfermedades o de presentan deformaciones. Se mata a los niños con síndrome de Down porque se estima que su vida nunca será digna. Estamos a un paso de que el estado diga quien es digno de vivir y quien no lo es. Esto no lo decimos únicamente los cristianos. Existen muchas personas de otras religiones e incluso ateos, que lo sostienen. 

Sin duda, los cristianos respetamos las leyes, pero tenemos que superar las leyes injustas a través de nuestra propia vida. Engendramos hijos y no los abandonamos, pero tampoco podemos abandonar a los hijos que otras personas desprecian y buscan matar en el seno de su propia madre. Estos hijos y sus  madres, obligadas a abortar, merecen nuestra ayuda. 

Ante el típico grito pro abortista “fuera los rosarios de nuestros ovarios”, habría que gritar: “amad vuestros hijos, mejor que asesinarlos”.