Es indiscutible que la secularización todavía sigue pesando en la cultura, sin embargo, tampoco podemos caer en la falta de autocrítica, pensando que la raíz del problema está, única y exclusivamente, fuera de la Iglesia. Platicando con varios amigos agnósticos o ateos, descubro que, en ciertos casos, tienen razón en escandalizarse ante la manera en la que algunos cristianos conciben el significado de la fe. Me refiero a los que se pierden en las formas, en lugar de llegar al fondo, a menudo debido a la ignorancia en materia doctrinal. Por ejemplo, las personas que sienten la necesidad de frotar su mano ante el vidrio que cubre alguna imagen religiosa, sin olvidar a las que viven -en palabras de Nietzsche- un “cristianismo negativo”, cayendo en el rechazo de la sexualidad o, en su caso, siendo creyentes por el miedo de terminar en el infierno.    

Si nuestra carta de presentación, es el típico señor o señora que cree que las enfermedades son un castigo de Dios, es obvio que los alejados encontrarán motivos para evitar poner un pie en la Iglesia. El punto, el centro de nuestra reflexión, es la falta de formación que golpea a no pocos católicos que se dicen practicantes, por el hecho de asistir a la Misa dominical, sin embargo, ¡no es suficiente! Es necesario, urgente, que tomemos conciencia y no caigamos en el error de hacer de la fe una propuesta “friki”. A mayor formación, mejor capacidad para fortalecer el testimonio personal y, desde ahí, contribuir eficazmente en la nueva evangelización.

Nos toca acercar a los alejados, sin embargo, la clave no está en ser excéntricos, raros, fanáticos, sino hombres y mujeres identificados con Jesús de Nazaret, quien vivió nuestra misma vida, siendo muy natural. Cuando platico con alguien que no se encuentra dentro de la Iglesia, pero que tiene la apertura suficiente como para platicar sobre el tema, siempre le recomiendo el libro “Introducción al cristianismo” (1968), el cual, fue escrito por el teólogo Joseph Ratzinger, hoy Benedicto XVI. Creo que eso es más efectivo que ponerme a frotar mis manos en cuantas estampas religiosas se crucen en mi camino. La fe es congruencia, razón, belleza, sencillez y naturalidad. De esta manera, los alejados no tendrán nuevos motivos para tener miedo de formar parte de nosotros, del cristianismo, de la Iglesia Católica.