Una tradición bien consolidada sobre el apóstol Andrés afirma que el mismo habría sufrido su suplicio de cruz en una crux decussata, esto es, en forma de equis. La tradición es tan firme que la cruz en cuestión recibe hoy día el nombre de “cruz de San Andrés”, denominación bajo la cual, forma parte de no pocos símbolos, condecoraciones y mundanas distinciones.
 
            Pues bien, por más que la tradición se halle muy consolidada, -de hecho el del apóstol Andrés es con el de su hermano Pedro, el martirio mejor conocido por la feligresía cristiana- la tradición no parece acuñarse, o por lo menos consolidarse, antes del s. XIV, y probablemente en el entorno de la casa ducal de Borgoña. Tanto así que la Leyenda Dorada de Jacobo de la Vorágine, verdadero clásico de la hagiografía cristiana escrito en 1264, en pleno s. XIII, no se refiere a la especial forma de la cruz en la que Andrés padeció, y eso que en la misma obra, el santo apóstol dedica toda una elegía a la que se constituye en instrumento de su conversión en mártir.

           “¡Salve, oh cruz gloriosa santificada por el cuerpo de Cristo y adornada con sus miembros tan ricamente que si hubieses sido decorado con piedras preciosas! Antes de que el Señor te consagrara fuiste símbolo de oprobio pero ya eres y serás siempre testimonio del amor divino y objeto deseable. Por eso yo ahora camino hacia ti con firmeza y alegría. Recíbeme tú también gozosamente y conviérteme en discípulo verdadero del que pendió de ti. ¡Oh cruz santa embellecida y ennoblecida desde que los miembros del Señor reposaron, clavados sobre ti! ¡Oh cruz bendita tanto tiempo deseada, solícitamente amada, constantemente buscada y por fin ya preparada! ¡A ti me llego con el deseo ardiente de que me acojas en tus brazos, me saques de este mundo y me lleves hasta mi maestro y Señor! ¡El que me redimió por ti, por ti y para siempre me reciba!”

 

            El salterio de Lutrell de la colección de la Biblioteca Británica, realizado hacia 1325 (ver arriba), podría constituir una de las más tempranas representaciones del apóstol colgado a una cruz decussata. Pero el menologío de San Basilio del s. X, el tímpano de San Andrés de Vercelli (Piamonte) del s. XII, o una vidriera de la catedral de Bourges del s. XIII, todavía representan al hermano del príncipe de los apóstoles crucificado sobre una cruz latina. Y hasta Caravaggio (n.h.1573-m.1610), después de que los pintores del barroco (Ribera, Murillo, Rubens) ya hubieran aceptado la innovación de buena gana, representa en 1607 a San Andrés atado de manos al travesaño horizontal de una cruz latina (Museo de Arte de Cleveland, ver abajo).

            La cruz decussata, por otro lado, no sólo está vinculada a la tradición de San Andrés, sino con antigüedad similar o hasta mayor, también a la de otros mártires como, notablemente, Santa Eulalia (pinche aquí si desea profundizar en el tema).

            Antigua o menos antigua, la Cruz de San Andrés va a quedar estrechamente relacionada con la heráldica, y especialmente con la heráldica española, hasta el punto de aparecer pintada en la cola de todas las aeronaves del ejército español del aire. El origen de su uso en nuestra patria se remonta al matrimonio de Juana de Castilla con Felipe el Hermoso, hijo a su vez, como se sabe, de María de Borgoña, momento en que la reina española vincula a su propio escudo de armas el aspa de Borgoña, región de la que provenía su marido y de la que San Andrés era y es patrón. La cruz de San Andrés llega a figurar en la bandera militar española por decreto de Felipe V (1707).

  

            Por lo que se refiere a la forma en la que muere San Andrés, existe un libro del género apócrifo, el Libro de los Hechos de Andrés, que describe pormenorizadamente el martirio del hermano de Pedro. Es su verdugo el procónsul Egeates, y relata:
 
            “Y ordenó que lo azotaran con siete látigos. Luego, lo entregó para que lo crucificaran, ordenando a los verdugos que no le quebraran las articulaciones para, según se creía, castigarlo todavía más.” (HchAnd. 51).
 
            Aclara el mismo libro que a Andrés “solamente le ataron los pies y las axilas, sin clavarle ni las manos ni los pies, y sin quebrarle las articulaciones. Pues tal era la orden que los soldados habían recibido del procónsul [Egeates], que pretendía atormentarle dejándolo colgado para que durante la noche fuera devorado por los perros.” (HchAnd. 54).
 
            Según el mismo libro, Andrés permanecerá vivo en la cruz cuatro largos días, durante los cuales, aunque vigilado por los soldados, estará continuamente acompañado por sus seguidores, hasta dos mil según nos informa el texto (veinte mil según De la Vorágine), a los que impartirá desde la cruz jugosos sermones. De hecho, el libro relata un ambiente de sedición, en el que llega un momento en el que la turba se rebela contra el cónsul y hasta consigue que éste se presente ante la cruz del atormentado Andrés para ordenar su liberación. Sin embargo, el propio apóstol disuade al gobernador de su propósito, y justo cuando está exponiendo sus argumentos contrarios a su propia liberación, expira. Todo lo cual habría ocurrido un 30 de noviembre del año 60, por lo tanto, durante el mandato del Emperador Nerón, de triste recuerdo para la memoria cristiana.

            Dicho todo lo cual, no quiero terminar sin felicitar a cuantos andreses se acerquen a leer estas líneas, a todos los cuales deseo una onomástica muy alegre y divertida en la compañía de quienes más estimen.
  
 
            ©L.A.
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