En todos los lugares de culto se ha hablado estos días de la vida eterna, del cielo. Y la liturgia nos ha invitado a mirar más hacia arriba, sin dejar de poner los pies en el suelo. Pero, ¿existe el cielo? Alguien me comentaba el otro día que un pariente suyo, de cultura universitaria, había decidido vivir la vida a su gusto porque, como todo se acaba aquí, hay que disfrutar, hay que ser “feliz” antes de que sea tarde. Y así piensan muchos.

                Un apologista de nuestros días,  I. Mario A Olcese , publica en su Blog (https://apologista.wordpress.com/2009/09/21/%E2%80%9Ccomamos-y-bebamos-que-manana-moriremos%E2%80%9D1-cor1532/) lo siguiente:

¡Cuántas veces hemos escuchado a la gente decir: “Divirtámonos y disfrutemos de los placeres del mundo, que la vida es una sola y muy corta”! En lo personal, yo he escuchado este tipo de afirmaciones de labios, incluso, de gente muy bien educada y ambiciosa por conseguir muchos éxitos materiales y un alto nivel en la sociedad.

La humanidad de hoy poco o nada se diferencia de aquella de los tiempos de Jesús, y aunque nuestra ciencia y tecnología son abismalmente enormes comparados con los que hubo en siglos anteriores, el hombre, su carácter, y sus valores, son esencialmente los mismos. Su amor al dinero, su búsqueda de placeres insanos, su ansía por tener poder, y su anhelo desmedido por el reconocimiento y la fama, son los mismos y no han cambiado en nada. Las clases sociales, los poderosos, los homosexuales, las prostitutas, los delincuentes, los enajenados, los traficantes, los evasores de impuestos, etc, siempre existieron, existen, y existirán hasta que venga nuestro Señor. También hubo ateos y agnósticos en los tiempos de Jesús, así como hubo creyentes piadosos que estuvieron dispuestos a dejarlo todo por su fe.  

Cuando Jesús nació en este mundo, y se hizo hombre maduro, él mismo se encontró con gente que prefería seguir el rumbo de los paganos y su filosofía hedonista antes que seguirlo a él. En una ocasión, al hablar de la parábola del sembrador, él dijo:

“Estos son los que fueron sembrados entre espinos: los que oyen la palabra, pero los afanes de este siglo, y el engaño de las riquezas, y las codicias de otras cosas, entran y ahogan la palabra, y se hace infructuosa” (Mar. 4:18,19).

En estos tiempos, como en todos los tiempos pasados, lo dicho acá por Jesús se hace patente cuando nosotros predicamos el evangelio y cierta gente nos oye con interés, y hasta se alegran por las buenas noticias que escuchan, pero luego se olvidan de lo que oyeron para ir tras el mundo, sus placeres, sus riquezas, y las codicias por cosas que no perduran para siempre. Estos, finalmente, se pierden en un mundo engañoso que pronto pasará y ellos quedarán en el olvido absoluto.

…y no entendieron…

Otros que nos escuchan no entienden nuestro evangelio salvador, y simplemente nos toman por locos o ilusos fanáticos, y se ríen de nuestra fe, como aquellos en los tiempos de Noé que se rieron de este hombre de fe y de su anuncio de una catástrofe inminente.

Dice Jesús sobre esta gente de los tiempos de Noé, así: “Porque como en los días antes del diluvio estaban comiendo y bebiendo, casándose y dando en casamiento, hasta el día en que Noé entró en el arca, y no entendieron hasta que vino el diluvio y se los llevó a todos, así será también la venida del Hijo del Hombre”. Para este tipo de gente se aplica este pasaje de la Escritura: “Porque son gente de perdidos consejos, Y no hay en ellos entendimiento” (Deut. 32:28).

Del mismo modo, cuando Cristo vuelva a este mundo nuevamente para traer juicio sobre los impíos, aquellos que ahora no creen, creerán…pero será demasiado tarde para reconciliarse con el Creador. Simplemente temblarán de espanto y terminarán excluidos para siempre del reino milenario de Cristo, su Hijo.

Pero el rey David era sabio, y él sabía lo importante que es entender las cosas que Dios dice y manda: Él dijo: “Justicia eterna son tus testimonios; Dame entendimiento, y viviré” (Sal 119:114). David pidió entendimiento, así como Salomón en su momento le pidió a Dios sabiduría. Ambos, sabiduría y entendimiento van de la mano y llevan al bien y a la salvación de sus poseedores. 

Dios dice: “yo también me reiré de vuestra calamidad, Y me burlaré cuando os viniere lo que teméis” (Prov. 1:26). Aquí es cumple el adagio que dice: “El que ríe último, ríe mejor”. Dios mismo se reirá de aquellos que se rieron de él cuando tuvieron la ocasión de arrepentirse para hacer su voluntad. Su falta de entendimiento de las palabras de Dios les costará a los incrédulos su prometida inmortalidad.

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                Hasta aquí lo que dice el apologista.  En el fondo tiene razón, aunque no se puede interpretar al pie de la letra algunas frases entresacadas del Libro Sagrado. No creo que Dios se ría de la suerte de los que no creyeron. Más bien este es el dolor de Dios, el que muchos hijos suyos le vuelvan la espalda y no quieran saber nada de El para toda la eternidad.  Es dura la postura del incrédulo soberbio que desafía a Dios con burlona increencia. Es una actitud suicida la de taparse los ojos del alma para no ver más allá de nuestras narices. La eternidad existe, el Cielo existe. Y es, como dice Benedicto XVI,  el  “medio” de Dios, el estado en se encuentran sus amigos, ya en la tierra si vivimos el amor sincero a todos los hombres, en especial a los más necesitados, y después eternamente en el cielo. Seguiremos hablando del tema en este Año de la FE.

Juan García Inza

Juan.garciainza@gmail.com