Hace un par de días iba hablando con una de mis hijas en el coche tras recogerla a la salida del Instituto.  Cerca del mismo hay unas viviendas muy bonitas, de buen gusto.


Mira papá, aquí vive la compañera de mamá. Aquí es donde vine en verano a la piscina con sus hijas. ¿Te acuerdas? ¿Es rica? –me hablaba sin parar.

No –contesté extrañado de lo último-.

Es que estas casas son caras, ¿no?

Bueno, no exactamente. ¿Por qué lo preguntas? –respondí más extrañado, intrigado por si mi hija sentía fascinación por lo de los demás.

Es que son muy bonitas y tienen que ser caras…, pero si no es rica… -se interrumpió aquí, pensativa-  ¿Y es una buena cristiana? añadió saliendo de sus pensamientos  

Ahora estaba agradablemente confundido. Le dije que sí, que en lo que yo conocía  era una muy buena cristiana.

¡Entonces es eso! – exclamó-. Si no es rica y tiene esta casa tan bonita es que tiene que ser cristiana.

Me sorprendió, y me agradó mucho, que relacionara buen gusto y buen cristiano.

Acertaba pues la razón y la experiencia me han enseñado dos cosas que ella no conoce, pero intuye:

-         Que Dios quiere que desarrollemos también las llamadas “virtudes laicas”: buen gusto, elegancia, distinción, brillantez…

-         Que con inteligencia y buen gusto se pueden hacer maravillas dentro de nuestras posibilidades económicas.


En realidad debería ser corriente oír decir: “Debe ser muy buen cristiano/cristiana, pues su casa la tiene puesta con muy buen gusto… va siempre muy elegante… da gusto oírla hablar…”.   

Athos