Dicen que tengo cosas importantes que hacer. Y yo les aseguro que no las encuentro por ningún sitio. Busco en “mis documentos” y en el diccionario de María Moliner, por si acaso alguna recóndita palabra me diera una pista aprovechable (me fijo sólo en “fábula” y “merodeo”, no se por qué). Busco en mis agendas y en el fondo de mi cartera, pero sólo encuentro manías y unos viejos versos. Busco entre los pistilos de una flor que no conozco y que tengo encima del escritorio, y apenas encuentro un lejano olor de vida. Busco entre los e-mails y en mis bolsillos, busco entre la colada y asomado a las ventanas. Nada. Debo ser un poco torpe. ¿Qué será eso tan importante que tengo que hacer? Tiento los libros, indagando en los títulos. Me quedo con Un gran chico, de Hornby, pero sin ninguna razón en concreto. Pliego las sábanas y emparejo los calcetines, que están un poco húmedos todavía. Sólo veo arrugas y algún hilo suelto... Cosas importantes, dicen, como si fuera tan fácil. Abro sin ganas las cartas del banco y preparo unos bocadillos para mis hijos. Me siento, pero recuerdo que rompí la persiana de mi cuarto. ¿Lo intento? “Todo es cuestión de ponerse”, me dijo un taxista hace poco. No me atrevo. Mejor dicho, me inmoviliza la pereza. ¿Dónde? ¿Dónde encontrar aquellos asuntos tan importantes de los que me debo ocupar? Busco en los mensajes del móvil y… me levanto para mirar si tengo alguna camisa planchada. Me entretengo en el armario (con el tiempo los armarios acumulan lo más insólito). Libros viejos, una vistosa pluma de ave con sus tintas de colores, una pistola de juguete y un peine que daba por perdido. Y mis camisas, claro. Y esas perchas vacías que oscilan entre el desconcierto y su metáfora. Con ahínco busco, y salgo a la terraza para ver si me espabilo con el frío y la emoción garza del cielo. Dicen que tengo cosas muy importantes por hacer, que estoy llamado a realizar grandes aventuras. Yo creo que se equivocan de medio a medio. La gente te acaba queriendo por costumbre o porque no tiene otra cosa mejor que hacer. Hablan por hablar. Lo mío es lo menudo, lo insignificante. Apenas soy capaz de escribir estas líneas y poco más. Y Dios lo sabe.