Del 25 de agosto al 2 de septiembre de 2012 tuve mis ejercicios espirituales anuales: ocho días de retiro en silencio exterior para poder hablar todavía más interiormente con Jesucristo. De ese periodo es la reflexión que anoté en mi cuaderno durante una de las meditaciones personales y que les comparto. Lo hago porque me parece útil ofrecer un texto que más allá del autor puede servir para provecho espiritual de otros y porque, en definitiva, versa sobre una cuestión existencial que en algún momento nos hacemos. Plantearse una pregunta desde la fe implica dejarse iluminar por la luz del Espíritu Santo no sólo para encontrar respuesta sino también para acogerla y así crecer en la vida espiritual que no es otra cosa que la propia relación con Dios Nuestro Señor.
 
No es habitual que en este blog ofrezca un texto de esta naturaleza pero he pensado que lo espiritual también es actual cuando involucra la existencia de las personas en el momento de mayor actualidad del ser humano: el presente que está viviendo y que, temporalmente hablando, es el único tiempo de vida que está seguro de poseer realmente. Puedo adelantar que, Dios mediante dentro de poco, formaré parte de un proyecto más amplio (una red social sobre la oración, un "Facebook" sobre la oración) donde tendré un espacio para más reflexiones de este tipo. Cuando todo esté listo será una alegría avisarles.
 
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«¿Dónde estás?» es la pregunta dirigida a Adán, quien se esconde de Dios luego de haber comido del fruto prohibido (Gn 3, 9). Dios solía pasearse por el jardín del Edén: Adán y Eva, el hombre y la mujer, podían ver a Dios, encontrarse con Él cara a cara, caminar en su compañía… Tras violar el único mandamiento que entonces existía («No comerás del árbol de la ciencia del bien y del mal», Gn 3, 1617), y ser expulsados del Paraíso, el ser humano no puede volver a ver a Dios cara a cara. Es verdad, Moisés trataba cara a cara a Dios (Dt 34, 10) pero incluso él «se tapó el rostro» cuando Yavhé se le reveló en la zarza ardiente (Ex 3, 6). En todo caso se trata más bien de excepciones particulares…
 
«¿Dónde estás?» es la pregunta que hoy muchos hacen a Dios o sobre Dios. A veces se convierte en negación de Dios (ateísmo), otras en inseguridad (agnosticismo), otras en indiferencia. «¿Dónde estás?» es también una pregunta que las personas de fe nos hacemos y cuya respuesta no es en banal absoluto. Como Adán y Eva, nos gustaría ver directamente el rostro de Dios, que caminase entre nosotros, asirnos de su mano y pasear con Él por los jardines del mundo: sentirnos seguros.
 
«Quédate con nosotros. / No borres de las horas los minutos divinos. Y no dejes, Señor, sin montura los potros / que se desbocarán por los caminos», dicen los versos nostálgicos de José María Pemán en su Canto a la Eucaristía.
 
Una de las avenidas en los jardines de la casa donde vivo en Roma. Aquí recé diariamente el Via Crucis.
«¿Dónde estás?». A esa interrogante existencial Dios recuerda: «Y el Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros» (Jn 1, 14). Y es verdad, lo sabemos, lo recordamos también, pero la Encarnación es un lejano evento histórico de hace dos milenios… Y es entonces cuando surge luminosa la respuesta de Dios: «Y he aquí que yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo» (Mt 28, 20). Sí, Él se ha quedado en la Eucaristía, no es un Dios lejano sino la cercanía constante. Es entonces cuando de forma natural la pregunta cambia de emisor; ahora es Dios quien nos pregunta: «¿Dónde estás?».
No se trata de una cuestión topográfica ni de una divina pregunta retórica; se trata de una interrogación con múltiples implicaciones vitales: dónde se ha estado siendo que Dios estaba tan próximo, por qué no se le ha podido percibir en su absoluta cercanía, cómo se ha valorado su permanencia… Pero el «¿Dónde estás?» que Dios plantea no es una recriminación sino la oportunidad para un sincero examen de conciencia que abre paso a un encuentro con la misericordia que no es un concepto sino una persona: es Él.
 
Cuánta paz y cuánto ánimo cuando se percibe que Dios sigue presente entre nosotros. Incluso a pesar de la indiferencia humana está presente y silencioso en cada Sagrario, dispuesto a escuchar, aconsejar y alentar; disponible para caminar junto a nosotros en el día a día de cada jornada de quien se lo permite. ¿Dónde hay un pueblo en el que Dios esté así de cercano como nuestro Dios está cerca de nosotros cada vez que lo invocamos?, decía el Papa Benedicto XVI en una homilía del mes de septiembre de 2012...
 
Señor:
Ayúdame a escuchar tu voz siempre,
ayúdame a responderte «¡aquí estoy!» cuando me llamas.
Gracias por estar tan cerca de mí
y por permitirme saber dónde estás.
Como el padre de aquel joven endemoniado
yo también te digo: «¡Creo, ayuda a mi poca fe!» (Mc 9, 24).