Desde Argentina nos llegan unas interesantes declaraciones que ha realizado Cardenal Jorge Mario Bergoglio sobre el imperativo de bautizar a quien lo requiere.

 

Mons Bergoglio nos dice que: “Con dolor lo digo, y si parece una denuncia o una ofensa, perdónenme, pero en nuestra región eclesiástica hay presbíteros que no bautizan a los chicos de las madres solteras porque no fueron concebidos en la santidad del matrimonio 

Son muy duras las palabras de Mons Bergoglio y su entendimiento nos lleva a plantearnos varias cuestiones interesantes. La primera de ellas es si se puede negar el bautismo a quien lo solicita para un niño, más allá de las circunstancias personales de sus progenitores. Para reflexionar sobre este asunto tomaré como base el episodio evangélico en que se relata la conversión y bautismo de un eunuco:   

El Espíritu dijo a Felipe: «Acércate y ponte junto a ese carro.» Felipe corrió hasta él y le oyó leer al profeta Isaías; y le dijo: «¿Entiendes lo que vas leyendo?»  El contestó: «¿Cómo lo puedo entender si nadie me hace de guía?» Y rogó a Felipe que subiese y se sentase con él. El pasaje de la Escritura que iba leyendo era éste: «Fue llevado como una oveja al matadero; y como cordero, mudo delante del que lo trasquila, así él no abre la boca. En su humillación le fue negada la justicia; ¿quién podrá contar su descendencia? Porque su vida fue arrancada de la tierra.» El eunuco preguntó a Felipe: «Te ruego me digas de quién dice esto el profeta: ¿de sí mismo o de otro?» Felipe entonces, partiendo de este texto de la Escritura, se puso a anunciarle la Buena Nueva de Jesús. Siguiendo el camino llegaron a un sitio donde había agua. El eunuco dijo: «Aquí hay agua; ¿qué impide que yo sea bautizado?» Y mandó detener el carro. Bajaron ambos al agua, Felipe y el eunuco; y lo bautizó, y en saliendo del agua, el Espíritu del Señor arrebató a Felipe y ya no le vio más el eunuco, que siguió gozoso su camino(Hch 8, 29-39) 

En este pasaje se evidencia el proceso de conversión de quien se interesa por conocer el Mensaje de Cristo y después solicita ser bautizado. Tras la solicitud, Felipe no duda en bautizarlo. Entonces ¿Podemos negar el bautismo a quien lo solicita? Si el que recibirá el bautismo es un niño ¿Qué podemos alegar para negar el sacramento a un alma limpia? 

Concuerdo con Mons Bergoglio negar el bautismo conlleva perder el entendimiento del Evangelio. Pero ¿No se está desvalorizando el bautismo cuando se da a quien lo solicita, sin más? Decididamente sí. En el episodio del eunuco podemos ver que antes de ser bautizado existen una búsqueda y la necesidad de saber. La búsqueda evidencia que en el ansia de Dios se abre paso en el corazón de quien ignora dónde encontrar aquello que llene o complete el vacío que siente. La catequesis es la respuesta de la Iglesia al requerimiento expresado en la búsqueda. Tras de estas dos fases, no queda más que acceder al bautismo. 

Antes que negar el bautismo, habría que propiciar que quien solicite el sacramento para su hijo, descubra al Señor y lo conozca. Como cada vez se bautizan los niños más tarde, sería interesante establecer un periodo de descubrimiento y formación previo al bautismo. 

El bautismo es el sacramento de entrada en la Iglesia. En los tiempos primitivos se realizaba durante la Vigilia Pascual, en presencia de toda la comunidad. Un bautismo sin una comunidad que acoja al recién bautizado, pierde una parte importante de su significado y simbolismo. 

En el caso del bautismo de niños, la fase formativa se deja para que la realicen los padres. ¿Qué hacer si los padres rechazan este compromiso? De nuevo se evidencia que un bautismo sin búsqueda, formación y comunidad, resulta sólo una sombra del bautismo que nos ofrece Cristo. 

La segunda cuestión a plantearnos es darnos cuenta de lo que conlleva entender los sacramentos como un derecho o una propiedad. Los sacramentos no son derechos, sino dones de Dios da gratuitamente. Tampoco son propiedad de la Iglesia, aunque la Iglesia sea quien gestiona el acceso a ellos. 

Nadie tiene derecho al bautismo, ya que es un don que Dios da gratuitamente, y la Iglesia tampoco puede negarse a administrarlo, porque no es propietaria de los sacramentos. Llegar en cada caso particular a una solución personal, requiere que se parta de la humildad y de la obediencia. Si nos acercáramos a los sacramentos impregnados de ambas virtudes, todos estos problemas dejarían de tener sentido.