"El que me ama será fiel a mi palabra, y mi Padre lo amará; iremos a él y habitaremos en él. 
El que no me ama no es fiel a mis palabras. La palabra que ustedes oyeron no es mía, sino del Padre que me envió. Yo les digo estas cosas mientras permanezco con ustedes. Pero el Paráclito, el Espíritu Santo, que el Padre enviará en mi Nombre, les enseñará todo y les recordará lo que les he dicho." (Jn 14, 23-27)

Dice el catecismo de la Iglesia Católica:
 
687 "Nadie conoce lo íntimo de Dios, sino el Espíritu de Dios" (1 Co 2, 11). Pues bien, su Espíritu que lo revela nos hace conocer a Cristo, su Verbo, su Palabra viva, pero no se revela a sí mismo. El que "habló por los profetas" (Símbolo Niceno-Constantinopolitano: DS 150) nos hace oír la Palabra del Padre. Pero a él no le oímos. No le conocemos sino en la obra mediante la cual nos revela al Verbo y nos dispone a recibir al Verbo en la fe. El Espíritu de verdad que nos "desvela" a Cristo "no habla de sí mismo" (Jn 16, 13). Un ocultamiento tan discreto, propiamente divino, explica por qué "el mundo no puede recibirle, porque no le ve ni le conoce", mientras que los que creen en Cristo le conocen porque él mora en ellos (Jn 14, 17).
 
Es frecuente escuchar y leer a personas que utilizan la Iglesia para comunicarse a ellas mismas. Pero hay que saber diferenciar entre lo que dice una persona y lo que Cristo nos ha legado. El Espíritu Santo nos ayuda a comprender y a dejar de promocionarnos a nosotros mismos.  ¿Qué revela el Espíritu Santo? 
 
El Espíritu Santo revela a Cristo. Cristo que es el Logos de Dios. Cristo que es Camino, Verdad y Vida, Piedra Angular, Puerta, etc...  Si al hablar indicamos otras cosas, no estamos siendo guiados por el Espíritu Santo.
 
¿Y todo lo que nos hemos inventado y nos vamos inventando día a día? Me temo que todo lo que hemos inventado opaca, oculta y desdibuja a Cristo. ¡Quiera el Señor que el Espíritu hable por nuestra boca! Lo es igual que decir, que Cristo sea el protagonista de lo que comuniquemos. Cuando Cristo no es el protagonista de nuestras palabras, es que nos estamos comunicando a nosotros mismos. Sólo Cristo tiene Palabras de vida eterna, lo demás son estéticas y convencionalismos de cada época social en la que vivimos.