El capitalismo de vigilancia

                Hay una cuestión elemental que nos podemos plantear, y que seguro que más de una vez lo hemos pensado: ¿Somos realmente libres? ¿Soy yo libre? Deambulamos por una selva espesa, maciza, de medios de comunicación y persuasión que no nos dejan ver el horizonte claro y limpio. Recuerdo aquella clásica película que lleva por título “Horizontes lejanos”, dos hombres de turbio pasado dirigen una caravana de colonos desde Missouri hasta las fértiles tierras de Oregón, donde piensan fundar una colonia. Cuando el invierno se acerca, van a Portland a buscar las provisiones que previamente habían comprado, pero las cosas han cambiado en la ciudad y tropiezan con grandes problemas para recuperarlas. Los proyectos de vida no son fáciles e infalibles cuando el llamado “capitalismo de vigilancia” (Shoshana Zuboff, XLSemanl, 3 de enero de 2021), nos persigue y acosa para conducirnos irremisiblemente al pesebre planificado para que nos comamos el forraje previsto.

            Nos explica esta sicóloga y economista que la tecnología digital está pensada y capacitada para hacernos esclavos de la oferta de mercado. El mismo mecanismo de la oferta se convierte en demanda, y una vez lanzados a la vorágine del consumo, el ser humano, nosotros, perdemos nuestro propio control, y somos dirigidos irremediablemente a cualquier mercancía que se nos ponga por delante, aunque no hayamos pensado en ella, y no la necesitemos, pero me han programado para que consuma, y consumo. El capitalismo de vigilancia está al acecho para atrapar sus víctimas, que somos nosotros, convertidos en autómatas por sus técnicas de persuasión. Y te serenan y te embaucan con una refinada retórica de que hay que gastar para que la sociedad funcione, y yo no le puedo fallar a esa sociedad, que es la mía.

            La tecnología digital se ha abierto camino en nuestra mente para modelar, teledirigir, la voluntad y hacerte querer lo que ellos quieren que quieras. La inteligencia artificial se ha hecho con la inteligencia natural, y trata de cortarnos a todos con el mismo patrón. Dice esta experta que, cuando entramos en casa y cerramos la puerta, no podemos decir que estoy en mi mundo libre, porque los medios digitales se cuelan por la “chimenea”, llámale tele, fibra óptica, móvil, Tablet, etc.  Son como duendes que no ves, pero están siempre a tu lado inquietando tus proyectos, tus caprichos, tus necesidades violentadas.

            Las potentes aplicaciones de búsqueda y entretenimiento, como Google, Wasap, Facebook, etc., no pretenden inocentemente hacerte la vida más fácil y bonita, van más allá, se apoderan de tu pensamiento, de tus proyectos, de tus aficiones, incluso de tus propios problemas. E intentan imponer un pensamiento prefabricado para cada uno. Está demostrado que los artilugios digitales que incorporamos a nuestro hogar, se “enteran” de todo lo que dices y lo que haces, y lo utilizan para los fines que pretenden comercialmente, socialmente, o políticamente. Los llamados hogares inteligentes llevan cuenta de todo lo que ocurre en su radio de acción. Dice Shoshana que la Universidad de Londres analizó algunos de los altavoces inteligentes que suelen tener algunos hogares, y comprobaron que esos artilugios recogen datos de lo que hacen los inquilinos, en donde están ubicados, y se comunican con otros aparatos inteligentes de la casa, y esos datos los almacenan los potentes buscadores, que a su vez ellos los venden en el mercado de datos, y estos andan circulando por el mundo del capitalismo de vigilancia. Esto es grave. No podemos permitir que nos roben nuestra intimidad. Hay que tomar precauciones y defenderse de ese “ladrón” silencioso que tenemos en nuestra casa, y nos roba la libertad, la intimidad.

            ¿Qué hacer? Difícil solución al nivel que hemos llegado de control personal y social. Hay que actuar con cabeza. No somos máquinas tragaperras, ni consumidores autómatas. Tenemos un derecho a nuestra privacidad. No dejemos que nos inoculen el virus del consumismo.  Los adelantos de la técnica hay que utilizarlos, pero pensando, con personalidad, con dominio, con libertad, controlando los canales para que nuestros datos, nuestras vidas no estén al servicio del capitalismo de vigilancia, en medio de la calle, a la vista de todos.

                ¿Llegaremos algún día a ser una humanidad robotizada? Los robots, dotados de inteligencia digital, ya están actuando entre nosotros. ¿Son una competencia para el ser humano? En algunos aspectos nos superan en rapidez y precisión. Pero hay algo que no tienen, y es el corazón. Un robot no se puede emocionar, ni enamorar, ni llorar… La técnica nunca dará el salto al espíritu, por eso no hay que tener complejo de inferioridad ante ellos. Son nuestros servidores, aunque nos apabulle su maravilloso potencial y lo veamos servir una mesa en un restaurante, o contestar a una llamada, o responder a una pregunta como Cortana u otra de las secretarias electrónicas. Nunca los veremos sonreír conscientemente. Es pura técnica. Los humanos no podemos someternos al capricho y exigencia de una máquina programada con algoritmos. Dios creo al hombre a su imagen y semejanza, y Dios no es un supe robot. Dios es el Ser, la máquina es pura existencia técnica. Valoro más la inteligencia de quien ha creado ese artilugio maravilloso, con una inteligencia creada por Dios, y capaz de amar Su Obra.  

 

Juan.garciainza@gmail.com