Leemos que Mons. Munilla pide a los católicos que donen un a Cáritas el importe de una paga extraordinaria. Se nos pide a los católicos que seamos generosos, se nos recuerda el deber de dar limosna, que además supone un gran bien para quien la da. Magnífico…

Y sin embargo, creo que hay un matiz que hacer. Porque el contexto es importante, y ese contexto no es sólo el de una tremenda crisis que está haciendo sufrir a muchísima gente, sino que es también el de una crisis en el que un Estado voraz y despilfarrador es el principal protagonista de la misma. Un Estado que arrebata a las familias cada vez más dinero (estamos a niveles altísimos de impuesto a las rentas, superados sólo por países escandinavos) y lo despilfarra impunemente. Un Estado que, además, emplea una parte importante de ese dinero que arrebata a las familias en adoctrinar a sus hijos, a través de la escuela, a través de los medios de comunicación de titularidad pública, en unos postulados incompatibles con la fe de muchas de ellas. Un Estado que discrimina fiscalmente y ataca a las familias que intentan vivir su fe católica con coherencia.

Por eso, cuando esas familias católicas son atacadas de este modo y están pasando por situaciones cada vez más trágicas para conseguir, por ejemplo, que sus hijos reciban una formación acorde con sus creencias y no les sea arrebatada su inocencia, se hace necesario insistir más en la denuncia de ese Estado y en el empleo que hace del dinero que nos arrebata.

Es muy frecuente que condenemos actitudes de la Iglesia en siglos pasados, un ejercicio peligroso, sobre todo cuándo sirve para no mirar a otros fallos del presente. Pero imaginémonos, por un momento, que un rey del pasado esquilma a su población hasta sumirla en la miseria más absoluta y despilfarra lo esquilmado en lujo y francachelas. Imaginemos que algún obispo, en vez de criticar la actuación de ese rey, apelase a la generosidad de los católicos para socorrer a sus conciudadanos, dedicándole al rey vagas reconsideraciones. Probablemente no le juzgaríamos muy positivamente.

Seamos extremadamente cuidadosos en no caer en esa trampa.

Dicho esto, sigue siendo cierto que quien da limosna se está ganando el cielo y que éste es el único tesoro que vale la pena.