Podemos imaginarnos a Fray Angélico, hijo del don, que nunca pintaba sin haberse interiorizado con una profunda oración buscando la belleza en su interior.
Giorgio Vasari , su biógrafo, dice que "nunca levantó el pincel sin decir una oración ni pintó el crucifijo sin que las lágrimas resbalaran por sus mejillas". La belleza, el bien y la esperanza son sentimientos profundamente humanos que ennoblecen la vida en este mundo. En Florencia, por aquellos días, estalló un movimiento cul­tural que llamaron "Renacimiento", con una marcada dimensión humanista, que hervía por todas sus calles. Los artistas florentinos pretendían dar un vuelco total a la concepción del arte; cambiar radicalmente los planteamientos artísticos van­guardistas, abrir nuevos horizontes con técnicas artísticas innovadoras. El protagonista de este movimiento es el "Hombre". El renacimiento humanista florentino quiere ser pauta y norma de la nueva orientación del arte en Italia y en Europa.

A Fray Angélico le gusta estar cerca de todo este hervor de novedad. Quiere estar presente en el movimiento renacentista pero desde fuera. Su vida de fraile observante templará su espíritu, para que su pintura cale más profundamente en aquel ambiente que huele a un "Humanismo pagano", cuyos pespuntes son excesivamente liberales, donde primaba el desnudo, la anatomía humana, la pintura sensual sin prejuicio nin­guno. Fray Angélico no es un pintor del cuerpo sino del alma. Quiere predicar con el pincel, quiere llegar a los corazones para que descubran el grande y bello amor con que son amados gratuitamente por Dios. Sigue diciendo el Papa Benedicto XVI: “Una de las tareas más importantes hoy es superar la escisión entre conciencia humana y conciencia cristiana, entre existencia en este mundo temporal y apertura a una vida eterna, entre belleza de las cosas y Dios como Belleza”. Fray Angélico colaboró genialmente a la edificación de la conciencia humana anclada en el mundo, abierta a Dios, iluminada y santificada por Cristo.

 

Hasta aquí quería llegar en este tema del arte y la belleza en la Orden. La última vez que estuve en San Marcos, antes de salir, saboreaba un descubrimiento del que apenas tenía idea. El de otros dominicos que convivieron con el Beato Angélico y fueron sus discípulos. ¡Qué comunidad de artistas!        Es curioso cómo actuaba el carisma dominicano por aquella época. Mientras en Florencia brillaban, como hemos dicho, San Antonino, que fue arzobispo de la ciudad, Fray Angélico con sus discípulos: Fray Bartolomeo de Florencia, Fray Giovanni Antonio Segliani y Fray Paolino de Pistoia y el gran Savonarola, muy lejos de allí, en la isla Española, hoy Santo Domingo, resonaba el célebre sermón de Montesinos que convirtió al que sería el famoso Fray Bartolomé de las Casas, que juntamente con otro dominico Fray Francisco de Vitoria pusieron las bases del derecho internacional de gentes en defensa de los Indios y de todos los pobres de la tierra. A la vez y, por aquellos mismos días, otro dominico el beato Alano de Ruspe, unificaba las diversas formas de rezar el rosario, puso nombre a los misterios y le dio la forma actual en la que el pueblo de toda la Iglesia lo ha rezado masivamente desde entonces. La corriente carismática iniciada por Santo Domingo no tuvo ni tendrá fronteras porque en todo va a lo esencial.

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