De todos ellos citados por su nombre en dicho libro, Gabriel es uno de los tres que aparece en el Antiguo Testamento, junto a San Miguel y a San Rafael, y en consecuencia, uno de los tres que la Iglesia celebra el día en el que celebra los arcángeles, el 29 de septiembre. No significa su nombre sino “la fuerza de Dios” (de gabar=fuerza, El=Dios, Gabriel=fuerza de Dios).

            El Arcángel San Gabriel aparece mencionado en dos libros bíblicos. Dentro del Antiguo Testamento en uno de los más modernos, el Libro de Daniel, que aunque escrito en torno al año 160 a. C., relata las profecías y vivencias de un profeta de la primera mitad del s. VI a.C., y aún de parte de la segunda. Dentro del Nuevo Testamento, en el Evangelio de Lucas. Los dos libros completan cuatro intervenciones de Gabriel, dos en el Libro de Daniel y otras dos en el Evangelio de Lucas. Veamos hoy las dos primeras, las que lleva a la práctica dentro del Antiguo Testamento.
 
            Por lo que hace a sus intervenciones en el Antiguo Testamento que nos ocupan hoy, en la primera, Gabriel anuncia a Daniel la llegada a Oriente Medio de Alejandro Magno y sus victorias.
 
            “Mientras yo, Daniel, contemplaba la visión e intentaba comprenderla, vi de pronto delante de mí a alguien con aspecto humano, y oí una voz humana junto al río Ulay, que gritaba: «Gabriel, explícale a éste la visión.» Él se acercó a donde yo estaba y, cuando llegó, caí de bruces asustado. Me dijo: «Hombre, debes comprender que la visión se refiere al tiempo final.» Mientras me hablaba, yo estaba aletargado, rostro en tierra. Él me tocó y me hizo incorporarme. Después me dijo: «Mira, voy a manifestarte lo que ocurrirá al final de la cólera, porque el fin está fijado. El carnero con dos cuernos que has visto representa a los reyes de Media y Persia. El macho cabrío representa al rey de Grecia, y el cuerno grande entre sus ojos es el primer rey. Los cuatro cuernos que despuntaron en lugar del que se rompió representan a cuatro reinos salidos de su nación, aunque menos poderosos.
            «Y al final de sus reinados repletos de crímenes, surgirá un rey insolente y embaucador. Aumentará su poder, será un destructor portentoso y triunfará en sus empresas; destruirá a poderosos y al pueblo de los santos.
            Con su astucia hará triunfar la traición en sus obras, se envalentonará y con frialdad aniquilará a multitudes. Se sublevará contra el Príncipe de los príncipes, pero será destrozado sin intervención humana. La visión referida de las tardes y mañanas es verídica; mantenla en secreto, porque va para largo.»”. (Dan. 8, 15-26).
 
            En la segunda realiza este curioso relato:
 
            “Aún estaba rezando mi oración, cuando Gabriel, el personaje que yo había visto antes en la visión, se me acercó volando a la hora de la ofrenda de la tarde. Y al llegar, me dijo: «Daniel, he venido ahora para infundirte comprensión. Desde el comienzo de tu oración se ha pronunciado una palabra y yo he venido a comunicártela, porque eres un hombre apreciado. Entiende la palabra y comprende la visión: «Setenta semanas han sido fijadas a tu pueblo y a tu ciudad santa para poner fin al delito, sellar los pecados y expiar la culpa; para establecer la justicia eterna, sellar visión y profecía y consagrar el santo de los santos. Entérate y comprende: Desde que se dio la orden de reconstruir Jerusalén, hasta la llegada de un príncipe ungido, pasarán siete semanas y sesenta y dos semanas; y serán reconstruidos calles y fosos, aunque en tiempos difíciles.
            Pasadas las sesenta y dos semanas matarán al ungido sin culpa y un príncipe que vendrá con su ejército destruirá la ciudad y el santuario. Su fin será un cataclismo y hasta el final de la guerra durarán los desastres anunciados. Sellará una firme alianza con muchos durante una semana; y en media semana suprimirá el sacrificio y la ofrenda y pondrá sobre el ala del templo el ídolo abominable, hasta que la ruina decretada recaiga sobre el destructor.»” (Dan. 9, 21-27).
 
            Una profecía que aunque parece destinada a retratar los eventos de la rebelión de los Macabeos del año 167 a.C. (fecha coincidente con la probable redacción del libro), contiene amplias e inquietantes resonancias neotestamentarias, que encajan bien con el mensaje evangélico: el ungido muerto sin culpa, la posterior destrucción del Templo (Tito en el año 70) y la entera ciudad (Adriano en el 135), el ídolo abominable sobre el ala del Templo (la consagración de la ciudad a Júpiter), bien que los plazos expresados no coincidan.
 
 
            ©L.A.
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