Pasada la euforia propia de los primeros momentos, totalmente comprensible desde el punto y hora en que si el ministro de justicia lleva a cabo lo que ha prometido en el diario La Razón se trataría de la primera victoria de los partidarios de la vida en este país desde que comenzó la democracia, cabe preguntarse: ¿cuáles son las consecuencias de la abolición del supuesto eugenésico en un hipotético retorno de la regulación del aborto en España a un sistema de supuestos?
 
            Pues bien, yo que soy de los que cree que la batalla de los principios y de las palabras vale la pena librarla, estimo que la derogación de dicho supuesto va a tener repercusiones muy positivas en lo que podríamos denominar el pensamiento colectivo de la nación, al equiparar toda clase de vida y dejar de diferenciar entre vidas que son perfectas (y que en consecuencia, vale la pena vivir), y vidas que no son perfectas (y que en consecuencia, no vale la pena vivir), un concepto que, por cierto, no es invención mía, sino que estuvo en la base de todo el sistema eugenésico y eutanásico ideado y llevado a la práctica en la Alemania nazi: el “Lebensunwertes Leben”, literalmente “vida indigna de la vida”.

            La segunda fase en esta batalla conceptual, en absoluto baladí, tiene lugar cuando el estado entrometido y omnipresente que nos es tan cotidiano decide entrar a regular qué vidas forman parte del primer grupo, y qué vidas forman parte del segundo, y continúa regulando sobre los efectos que deben acompañar a una y a otra, y los derechos que a cada una corresponden. No es poca consecuencia, ¿no les parece?
 
            Ahora bien, desde el punto de vista más absolutamente práctico, es decir, el de la protección de los fetos que vengan con una tara física o psíquica, la mera supresión del supuesto eugenésico no va a representar para ese tipo de niños avance alguno si no se suprime también el supuesto que se da en llamar del peligro de la salud psíquica o mental de la madre, o por lo menos, se procede a su estricta regulación. Porque si a una madre le basta con alegar tal perjuicio de su salud para proceder a la eliminación de un niño totalmente sano, perfecto, completo, ¿acaso no va a bastarle, cuanto menos con igual motivo, cuando el niño venga con una tara más o menos grave?

           
¿Cómo es posible que seamos capaces de esto
 y al mismo tiempo de no dejar nacer a nueve de cada diez?
 
            Aún dando por sentado y hasta partiendo, si me permiten Vds., de que el ministro Gallardón no va a deslegalizar todo tipo de aborto y que el aborto va a seguir produciéndose en España, no porque lo deseemos, naturalmente, sino de cara a establecer una correcta estrategia a favor de la vida, es muy importante conseguir que la nueva ley de aborto no se limite a una despenalización de supuestos como la realizada en 25 palabras en el año 1985, sino que venga acompañada de definiciones claras, medidas contundentes, controles reales y alternativas ágiles y eficaces.

            Entre otras cosas para que, a estos efectos, la eliminación del supuesto eugenésico tenga consecuencias reales, y no se quede en un mero brindis al sol. Y también para que, por fin, volvamos a ver en nuestras calles a esos cariñosísimos y encantadores niños con síndrome de down y con tantas otras taras y carencias que nos recuerdan a todos que los seres humanos somos eso, seres humanos, hijos de la Providencia, y no robots salidos de una fábrica, con período de garantía y fecha de caducidad.
 
 
            ©L.A.
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