2.- Formas caducas de clasificación

Desde la Revolución francesa y sus consecuencias en la historia de las naciones europeas, la acción política, social o sindical siempre se llamó con los casilleros que los historiadores dejaron por escrito: revolucionarios, quienes seguían al pie de la letra las pautas de la etapa del Terror; burgueses, quienes sacaron partido de la extinta nobleza imitando costumbres y formas que aún perduran; populacho, los que eran la servidumbre de los nuevos ricos nacidos del cataclismo que supuso el proceso revolucionario; el funcionariado, que entró a servir al soñado imperio napoleónico desde oriente a occidente; el clero, partido en dos, los que seguían al pensamiento revolucionario y los que se atenían a las virtudes de aquel gran sacerdote francés, actual patrón del clero, San Juan María Vianney; los militares, gentes bien avenidas con el poder central siendo su brazo armado; los eruditos, donde entraron los profesores de la universidad napoleónica, los maestros de escuela hambrientos, los literatos serviles seguidores de las modas románticas y naturalistas del tiempo, y los pintores o retratistas a encargo de las glorias del tiempo de la centuria decimonónica.

Este abigarrado cuadro social, político y religioso, tuvo una traducción más resumida, cuando el autor del marxismo entra en la escena en la mitad de aquellos convulsos años. Tiempo atrás en España nacerá el término liberal, entendido como persona amante de la libertad en todo el amplio abanico de sublibertades que nacen del término del grito revolucionario: La libertad. Como fueron, la libertad de pensamiento, de culto, de cátedra, de expresión, de movimiento…recogidas en la Declaración de los derechos del ciudadano revolucionario.

La industrialización británica y alemana parirá el concepto clave para largos decenios: el proletario, el obrero, el aprendiz, el patrón, la empresa…el sindicato. Estos nuevos conceptos entrarán en el diccionario social, familiar y particular de aquellos hombres de la segunda mitad del siglo XIX.

Los fuertes medios de comunicación nacientes, como los diarios y semanarios, son los que determinan y canonizan unos modos de llamar a los diversos agentes sociales: derechas e izquierdas. La prisa por tirar un periódico ser voceado en las calles de Londres, Paris, Berlín…lleva consigo la simplificación del término, ya que la economía de medios de papel y de composición de los linotipistas manda sobre la extensión de la expresión de una idea propia de los nuevos grupos que actúan en una sociedad que llega a entrar en la era de la velocidad.

Derechas e izquierdas agrupan de modo amalgamado a los varios grupos. Quienes se sientan amigos de la tradición, del conservadurismo, de que nada cambie…son de derechas. Los que deseen cambios revolucionarios, anarquismo, pistolerismo, obrerismo, marxismo, socialismo…serán encuadrados en las izquierdas.

Tales formas reales expresivas, se unieron, dentro de la Iglesia Católica, con racionalismo, naturalismo, panteísmo, indiferentismo…entrando con todos los honores condenatorios en el Syllabus y la encíclica Quanta cura, firmada por el papa Pío IX, el 8 de diciembre de 1864, que suponía la ruptura de la Iglesia con el llamado entonces “mundo moderno”.

Las consecuencias de aquellos documentos serían motivo de otro ensayo, pero valga para entender y comprender cómo la Iglesia Católica entró un siglo más tarde en el dialogo con la sociedad durante el Concilio Vaticano II.

Claramente, hoy, los términos derechas e izquierdas se han quedado obsoletos, caducos y fuera del tiempo y del espacio. Porque actualmente dentro de una misma persona se encuentra uno con actuaciones propias de una conducta de un tipo de “derechas”, pero a los cinco minutos ese mismo sujeto habla o escribe o educa en términos netamente propios de una mente completamente de “izquierdas”.

Podríamos afirmar que tanto los grupos sociales, como los individuos, hoy son bipolares, veletas, esquizoides, incoherentes y duales. Hoy una persona o un grupo no tienen empacho en defender el aborto como un derecho femenino, pero a la misma vez se pronuncia en contra de la eutanasia. Encima es tan incomprensible tal dualismo que se presentan motivos para una defensa del aborto y una condena a la eutanasia.

Esta situación dualista se encuentra en el interior de la Iglesia Católica con mucha frecuencia. Personas serias, responsables, con formación académica, para hacerse los aceptados por el grupo donde toman una cerveza abdican de sus convicciones y no les importa venderse por un plato de lentejas. Y al contrario, para ser contados como avanzados se cambian la piel de ovejas y se colocan el disfraz de lobo comiendo a los incautos cristianos.

Sea, seguramente, este modo dualista intelectual y moral uno de los peores frenos que la Iglesia tiene para no ser aceptada por la sociedad hastiada y harta de tantas monsergas que se dicen pero no se hacen, que se predican pero no se practican.

Cuando se introdujo el término “derechas” e “izquierdas” dentro del campo eclesial fue tras la terminación del  Concilio Vaticano II. En España, por aquellos años, estábamos diseñando el futuro de salir de un poder personal camino de un poder compartido y democrático. La influencia de la marxista teología de la liberación asumió que, entre laicos, curas y monjas, los términos y conceptos del campo político entraran con patente de veracidad y canonicidad.

Hubo papas, quienes en su doctrina nunca se pronunciaron por este doble modo de expresarse y vivir en la vida católica. Fueron, más bien, teólogos y profesores intelectualmente de tres al cuarto, quienes tomaron la denominación como algo despectivo y descriptivo de una presencia absurda entre cristianos de derechas o izquierdas.

En estos momentos se usaron las similitudes políticas con las religiosas. Es decir, el fiel que votaba a las derechas, era un católico idem. El laico que votaba a las izquierdas era un católico idem.

La llegada de las nuevas tecnologías ha roto mucho el esquemático dualismo entre izquierdas y derechas. Las actuales redes sociales han generalizado la comunicación y sus contenidos, de modo que los viejos medios informativos han visto cómo ya no son maestros del lenguaje, doctores de la verdad, ni los únicos que fabrican información para los lectores, oyentes o televidentes.

Además, los propios grupos políticos han perdido las fronteras de sus dibujos mentales y de actuación sociopolítica. Hoy es fácil encontrar gentes tradicionalmente votantes de un partido escorado en la derecha, que ante una actuación de sus elegidos no concorde con sus principios, abandonan su voto y lo prestan al adversario. O al contrario ocurre lo mismo. Votantes de izquierdas ante situaciones y conductas sectarias de sus elegidos cambian su voto al grupo más cercano, que ya no es tan izquierdoso.

Parecía que en el interior de la entidad eclesial habíamos  superado el sarampión primaveral del posconcilio en la asunción del término derechas o izquierdas, que desde hace unos pocos años hemos vuelto atrás, y los dinosaurios enterrados mentalmente han tomado un protagonismo excesivamente izquierdista. Mientras que los de derechas han pasado a ser el bando enemigo y ultra conservador que desea derribar al protagonista del drama eclesial.

(Continuará)

Tomás de la Torre Lendínez