El fervor, la piedad y cualquier otra disposición favorable al culto han huido de mí. Solo una tristeza liviana, ni siquiera una gran tristeza, invade lo que podría considerar mi alma en tiempos más luminosos -¿es que tenemos alma?-. Solo la tortura de siempre, las obsesiones de siempre, las tentaciones antiguas que se renuevan con la fuerza imponente de la impotencia, el abismo y sus tentáculos -Gandalf los conoce- y la debilidad indolente cuando te acercas al Monte del destino -Frodo lo sufre-. No quiero hacer literatura. Solo pretendo ilustrar un estado vital, una experiencia, un desencuentro: porque ha desaparecido todo rastro de encuentro y toda huella de aquella presencia.

Dios me ha huido. O se ha escondido. Más.

Sin fuerzas para rezar -esto no es nuevo-, sin ganas -tampoco lo es-, sin el deseo -esto empieza a ser una novedad- del retorno y del Abrazo. La mediocridad solitaria de la lucha sin fuerzas ya para llamar a esta decadencia "lucha". Nada. 

Solo una sombra gris, una telaraña de viejos vicios, su recuerdo morboso, ni querido ni odiado, ¿deseado? No, consentido. ¿Pleno consentimiento y voluntad? No me venga con milongas, padre. Acuda a la Virgen, hijo. Ya me sé la teoría, padre. No me la repita. No sirve si Dios no quiere.

Y Dios no quiere porque no está ni se le espera.

Semana Santa gris. Sin piedad, sin perdón, sin paz y sin guerra. Olivos muertos y sangre seca en las venas. ¿Muerte? Tampoco es muerte. Es tedio, flojera, tibieza. ¡Tibio, es tu culpa! Supongo que sí, ¿qué coño quiere que le diga, padre? ¿Usted no es un tibio? Si no lo fuese, un tibio, estaría en la misión y no llevando esta parroquia como un miserable funcionario, padre.

Déjeme en paz, si la encuentro, porque usted -la paz- no me la da ni me la puede dar. 

Esa paz que un día... ¿Esa paz? ¿Qué paz, imbécil? No existe esa paz que tú añoras. Y nunca la viviste porque siempre juzgaste. Condenar y condenar, ¿con qué autoridad?

Nada tienes, nada tuviste, nada serás, pobre hombre.

¿Esperanza? ¿Confianza?

Pídela al vacío. A lo mejor te responde.

No hay fervor en la Cruz, idiota. Solo está el absurdo encuentro entre el odio y el amor, y una piltrafa humana que llama a Su Padre.