Hace unos días asistí al bautizo del hijo de un buen amigo. Los padres tuvieron, en mi opinión,  dos grandes aciertos:

Primer acierto.- Bautizaron al niño con apenas 20 días de vida. Es decir, no lo demoraron.  Aprovecharon la primera ocasión que se les presentó para dar a su hijo ese inmenso  privilegio que es el Bautismo.

Este hecho me da ocasión de poner en evidencia esa hipócrita frase tan de moda de “es mejor esperar para bautizarle y que el niño decida”.

Si esos padres fueran multimillonarios, seguro que nadie  entendería que “esperasen” a que el niño pudiera decidir para beneficiarle con su dinero en todo lo que fuera necesario.  Y es que una oportuna comparación con cuestiones de dinero es siempre muy gráfica para desenmascarar hipocresías.

Segundo acierto.- Eligieron como padrinos para el bautizo de su hijo a unos amigos: en concreto un matrimonio de su grupo de cristianos. Y eso que estaba allí toda su familia. Pero, ellos entendían que la labor de los padrinos no es social, ni costumbrista, ni de protocolo, y por eso eligieron de su entorno a unos que garantizasen que iban a ser para ese niño (y para ellos mismos) un apoyo seguro en la apasionante tarea de hacer de él un santo, un verdadero cristiano.

Y aunque menor, hubo un pequeño detalle que hizo sensible a todos los presentes este “encargo” a los padrinos. Al momento del bautismo, la madre que llevaba al crio en sus brazos, se lo ofreció a la madrina que fue quien lo acercó a la pila para recibir del sacerdote el Bautismo que lo hace hijo de Dios y miembro de su Iglesia.

Nada menos.

Porthos