Desde que empezó la llamada revolución arqueológica no debe ser cómodo estar en el banco de los anti-bíblicos. Piedra que aparece, piedra que confirma que la Biblia no cuenta más que verdades.

Pero alguno de estos descubrimientos puede enseñarnos algo más. Hace un año encontraron la tumba de San Felipe. La tradición decía que fue en Hierápolis donde murió y lo enterraron. Una iglesia octogonal marcaba el sitio y, efectivamente, allí está. A la Iglesia se accedía por una escalera con escalones de piedra. Esta escalera tiene los peldaños gastados, se supone que a causa del imponente número de peregrinos que acudieron allí por varios siglos.

De aquella tierra de cristianos hoy no queda casi nada, pues hablamos de Turquía. Y lo mismo podemos decir de Argelia, Túnez, Líbano, Siria y tantos otros lugares que fueron pilares del cristianismo y donde hoy se margina y persigue (¿cuánto queda para que los maten?) al que lleva una cruz.

Pues esto es lo que yo aprendo al respecto: sabemos que la Barca de San Pedro es eterna, y lo es. Pero no debemos pensar que por eso será eterna en nuestra ciudad, en nuestra región, en nuestro país. Podemos creer, por ejemplo, que España siempre va a ser católica, que mi ciudad siempre será católica, pero eso es un error. Que se lo digan a Éfeso, Antioquía o Hipona. Es como si la Barca fuera en realidad una flota de barcos; siempre quedará al menos uno a flote, pero muchos puede que se hundan.

Si queremos que la Iglesia sea eterna en mi país, en mi ciudad, hay que trabajar para conservarlo y expandirlo. Yo no quiero ser el Hierápolis del siglo que viene.

Aramis