Dios ha escogido lo necio del mundo para humillar a los sabios, y lo débil del mundo para humillar el poder, dice San Pablo (1 Cor1, 17).

La menor de 17 hermanas y un hermano, que abandonaron su aldea de Jaén para buscarse la vida y la dejaron sola con sus ancianos padres, dedicó sus primeros años a apacentar un pequeño rebaño de cabras. Quedó huérfana a los diez años y la acogieron en Granada para hacer recados. Cuando la edad se lo permitió, ingreso en las dominicas contemplativas de Antequera, pero hubo de dejar el monasterio a los pocos años. Contrajo matrimonio, fue madre de familia, sufrió la dureza de la guerra civil y de la posguerra en Madrid, hasta quedar completamente sola. Y, a los 81 años, en la soledad se encontró con el Dios vivo: fue una liberación, que echaba por tierra los rígidos esquemas de un Dios- juez, castigador, que oprimían su corazón. A esa edad pudo exclamar: Por primera vez en mi vida me siento con ganas de vivir, y vivió hasta la edad de 102 años. Su vinculación a la orden dominicana se intensificó con la dirección espiritual del dominico Chus Villarroel, con el que también compartió la espiritualidad de la Renovación Carismática.