Coloca San Lucas el pasaje de este domingo en el momento en el que Jesús hizo comprender a Simón de qué forma habían de tomar parte en su obra él y sus compañeros. Era lo natural, pero convenía primero mostrarles en qué consistía esta obra, y, siguiéndole, poner ante sus ojos el programa de su acción.

 

Hasta entonces[1], los primeros discípulos dejaban a su Maestro solo en su obra, pues estaban ocupados en lavar sus redes mientras Él predicaba a las orillas del lago. Volvían de pescar en dos barcas, no trayendo otra cosa que algas o algún despojo que flotaba en el mar. Jesús les interrumpe su trabajo; sube a la barca de Pedro y les dice que remen un poco. Sentado en la barca, le oirían mejor, pues de ese modo la muchedumbre no se agolpaba a su alrededor. Después dijo a Simón: Duc in altum. Rema mar adentro, y echad las redes para pescar. No se trataba simplemente de echar la red al azar, sino de ir echando poco a poco una triple red larguísima a medida que la barca avanzaba. Llegados al punto deseado, los pescadores deberían volver, formando un círculo, al punto de partida, dando golpes secos con sus remos sobre el agua, para espantar la pesca hacia las mallas de la red. Seguramente, la misma maniobra la estuvo haciendo toda la noche Simón con su hermano Andrés, pero en vano. A pesar de la contrariedad que sentía en volverlo a hacer, sin embargo, le dice a Jesús: -Maestro… por tu palabra, echaré las redes. Esta vez la pesca fue tan abundante que las redes se rompían con tanta carga. La otra barca de Santiago y Juan estaba algo lejos: los llamaron y se llenaron las dos barcas de peces. Aunque Pedro había sido testigo de otros milagros, este le dio miedo. Comprendió, sin duda, que Jesús quería decididamente llevárselo consigo, pero titubeaba y hasta retrocedió, alegando su indignidad: -Apártate de mí, Señor, que soy un pecador. También los otros temblaban, sintiendo el escalofrío de lo divino. Jesús dijo a Simón: -No temas; desde ahora serás pescador de hombres. El llamamiento y la promesa se dirigen al principio a él solo; pero como participaron los otros en la captura de los peces, también son llamados a la pesca de los hombres. Habiendo sacado las barcas a tierra y dejándolo todo lo siguieron. 

San Juan Pablo II eligió precisamente este evangelio en Novo Millennio ineunte

¡Caminemos con esperanza! Un nuevo milenio se abre ante la Iglesia como un océano inmenso en el cual hay que aventurarse, contando con la ayuda de Cristo. El Hijo de Dios, que se encarnó hace dos mil años por amor al hombre, realiza también hoy su obra. Hemos de aguzar la vista para verla y, sobre todo, tener un gran corazón para convertirnos nosotros mismos en sus instrumentos. [...] El Cristo contemplado y amado ahora nos invita una vez más a ponernos en camino: Id, pues, y haced discípulos a todas las gentes, bautizándolas en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo (Mt 28, 19). El mandato misionero nos introduce en el tercer milenio invitándonos a tener el mismo entusiasmo de los cristianos de los primeros tiempos. Para ello podemos contar con la fuerza del mismo Espíritu, que fue enviado en Pentecostés y que nos impulsa hoy a partir animados por la esperanza que no defrauda (Rm 5,5). 

Nuestra andadura, al principio de este nuevo siglo, debe hacerse más rápida al recorrer los senderos del mundo. Los caminos por los que cada uno de nosotros y cada una de nuestras Iglesias caminan son muchos, pero no hay distancias entre quienes están unidos por la única comunión, la comunión que cada día se nutre de la mesa del Pan eucarístico y de la Palabra de vida. Cada domingo Cristo resucitado nos convoca de nuevo como en el Cenáculo, donde al atardecer del día primero de la semana (Jn 20, 19) se presentó a los suyos para “exhalar” sobre ellos el don vivificante del Espíritu e iniciarlos en la gran aventura de la evangelización[2]

Con la primera lectura Isaías vuelve a decir hoy: ¿A quién mandaré? La voz del Señor resuena otra vez en nuestra Iglesia y en nuestra sociedad y en nuestra nación. ¿A quién mandaré? ¿Quién irá por mí?  Y Pablo nos da la respuesta: La gracia de Dios conmigo ha vencido en todo. Es Cristo -dice Pablo- quien vive en mí. Por eso, no temamos cuando al volver a escuchar la voz del Señor, Él nos repite: Echad las redes. Fiaos de mi palabra. 

El lunes, 11 de febrero, es la fiesta de Nuestra Señora de Lourdes. Cómo no recordar tan hermoso suceso: 

Cuatro años después de haberse proclamado el dogma de la Inmaculada Concepción, se apareció la Santísima Virgen a una niña de catorce años, Bernadette Soubirous, en una gruta cercana a Lourdes, en el sur de Francia. La Virgen era de tal belleza que era imposible describirla, cuenta la Santa. Cuando años más tarde el escultor, José Fabisch, que realizó la escultura de la gruta, preguntó a Bernadette si su obra, que representaba a la Virgen, se asemejaba a la aparición, ella respondió con gran ingenuidad y sencillez: -¡Oh no, señor, de ninguna manera! ¡No se parece en nada! La Virgen es siempre más bella

Las apariciones se sucedieron durante 17 veces más. La niña preguntaba su nombre a la Señora y esta sonreía dulcemente. Por fin, Nuestra Señora le reveló que era la Inmaculada Concepción.

Todo el mundo conoce la imagen de Nuestra Señora de Lourdes; al llegar a la Gruta, nuestra mirada se dirige hacia esa imagen. Pero solo Dios conoce las innumerables súplicas de los hombres y de las mujeres de todos los países, de toda edad y de toda condición, que levantan sus ojos hacia Ella. Solo Dios conoce las oraciones silenciosas de agradecimiento, de confianza y de esperanza, confiadas a Nuestra Señora de Lourdes para ser presentadas a su Hijo y al Padre de los cielos. Y, sin embargo, Santa Bernadette no estaba satisfecha con esta imagen. Santa Bernadette pensaba que la Señora que se le había aparecido era mucho más bella, infinitamente más hermosa. Bernadette no rezaba a la imagen, volvía su corazón hacia la Señora que se le había aparecido. [...] Y, sin embargo, la imagen de Nuestra Señora de Lourdes conmueve nuestro corazón. Pues evoca para nosotros a María, tal como hubiéramos podido verla durante su vida terrena, donde la plenitud de gracia que saludó el ángel Gabriel permanecía escondida. Sus vecinos de Nazaret no podían descubrirla. Tampoco San José, antes de que el ángel le diera a entender el don de Dios que María llevaba en su seno. Tampoco Isabel, antes de que su hijo, que será llamado Juan el Bautista, saltara de alegría en sus entrañas. Tampoco los que pasaban y veían a esta mujer erguida al pie de la Cruz de Jesús, en el Gólgota. Una mujer como las demás, una mujer como todas las mujeres y sin embargo era bendita entre todas las mujeres. Una mujer como las demás, salvo la herida del pecado[3]

María nos enseña a vivir con finura y con delicadeza el Evangelio para transformar el mundo con nuestra vida, como Ella, sin llamar la atención. Desde Cristo el Señor. Es necesario que al descubrir cómo María Santísima vive lo que Jesús pide para todos, sepamos mirar con María, actuar como Ella. Porque María no dejó de fijar sus ojos en Cristo, en su Hijo. Y con Ella, seguirle hasta el fin, aceptando incluso lo que nos parece incomprensible, incluso la muerte redentora de Cristo en el Calvario, para resucitar con Él. 

PINCELADA MARTIRIAL

El 10 de febrero de 1937 el delegado de Cruz Roja Internacional en Ginebra confirmó la muerte de las enfermeras de Somiedo. Fue el primer caso conocido de enfermeras asesinadas premeditadamente por un bando en liza desde la fundación en 1863 del Comité Internacional de la Cruz Roja, por lo cual el estupor internacional ante el crimen fue notable.

Octavia Iglesias Blanco tenía 41 años, Pilar Gullón Iturriaga tenía 25 años y Olga Pérez-Monteserín Núñez tenía 23. Eran enfermeras de la Cruz Roja Española, se ofrecieron voluntarias para atender a los heridos en el frente militar.

El 27 de octubre de 1936, cuando prestaban servicios en el hospital de sangre de Pola de Somiedo, en Asturias, fueron apresadas en un golpe realizado por las milicias marxistas a ese puesto. El jefe del grupo coaccionó a las tres prisioneras para renegar de los principios de Dios y de la fe, y las tres dieron respuesta contundente de fidelidad a Dios…

Las encerraron en una casa del pueblo y, durante toda la noche, los milicianos abusaron de ellas. Con el fin de que la gente de Pola de Somiedo no escuchara los gritos, se ordenó que un carro de bueyes diera toda la noche vueltas a la casa. A la mañana siguiente, volvieron a presionarlas sin obtener resultado. En vista de ello, las condujeron a un prado cercano en donde, una vez despojadas de todas sus ropas, fueron fusiladas por milicianas. Pilar Gullón, que no murió al instante, se levantó gritando Viva Cristo Rey, momento en el que la dieron el tiro de gracia. Era el mediodía del 28 de octubre de 1936. Sus restos mortales fueron dejados sin sepultar hasta la medianoche, cuando las enterraron en una fosa común con otros dos soldados asesinados momentos antes.

Como en otras ocasiones podéis consultar aquí lo ya publicado sobre estas mártires:

https://www.religionenlibertad.com/blog/34102/princesas-del-martirio.html

[1] Joseph M. LAGRANGE, Vida de Jesucristo según el Evangelio, páginas 115-116 (Madrid, 1999).

[2] San JUAN PABLO II, Novo millennio ineunte, número 58 (6 de enero de 2001).

[3] JEAN MARIE LUSTIGER, Homilía del 15 de agosto de 2000 (Lourdes Magazine, Diciembre de 2000).