El otro día escuché a un sacerdote (hablando de las dificultades que tenía con sus feligreses para la asistencia a reuniones o celebraciones) concluir con la siguiente frase:

“Lo que pasa (…)  es que la gente no se compromete”

A primera vista parece imposible no suscribir esta afirmación.
Es ya un lugar común aceptar eso de que la gente no quiere compromisos.  No faltará quien añada que precisamente eso es lo propio de la época que nos ha tocado vivir fruto de la continua pérdida de valores y de la ausencia del sentido del deber. Y hasta alguno apele a la tan recurrida “secularización de la sociedad” para explicarlo.

Lo cierto es – en palabras del propio cura- que lo que concretamente a estos feligreses les pasaba es que si les invitaba a alguna reunión o celebración, decían que sí, pero luego no aparecían. O llegaban tarde. O se les olvidaba. O se justificaban con excusas. O mostraban inicialmente  interés y luego daban la callada por respuesta.

A mi me parece, al hilo de este caso,  que lo que pasa es que NO HABLAMOS a la gente EN CRISTIANO, es decir, en el “lenguaje” del Evangelio. Me explico:

El cristiano es el que cuando dice sí, es sí. Cuando dice no, es no.
Dice Cristo en el Evangelio: Sea vuestro lenguaje: ‘Sí, sí’; “no, no”’: que lo que pasa de aquí viene del Maligno».

Si enseñáramos simplemente esto. Si lo repitiéramos y lo señaláramos así cuando cosas como esas ocurran y actuáramos en consecuencia (no admitiendo por ejemplo ni excusas, ni olvidos) no digo que solucionara el problema, pero “la gente” no se podría quejar de que no se le habla en cristiano y se daría cuenta que fallan en algo que no es propio de quien lleva ese nombre: seguidor de las enseñanzas de Cristo.

Porthos