“El Reino de Dios es como un grano de mostaza que, cuando se siembra en la tierra es más pequeña que cualquier semilla; pero, una vez sembrada crece y es mayor que todas las hortalizas y echa ramas tan grandes que las aves del cielo anidan a su sombra”. (Mc 4, 30-33)
 
        
 
Luz del mundo, sal de la tierra, levadura en la masa, grano de mostaza. Con éstas y otras comparaciones, Jesús quería indicar a sus seguidores que Él no tenía miedo a que fueran pocos, sino que lo que a Él le preocupaba era que fueran innecesarios, inútiles, inservibles. Hemos llegado a pensar que sólo influiremos en la sociedad cuando tengamos el poder o cuando seamos la mayoría. En cambio, el Señor tenía otra forma de ver las cosas. Nuestra influencia vendrá de nuestra capacidad de ser fieles a Cristo y a su mensaje. Sólo así seremos sal de la tierra. Sólo así nos convertiremos en una planta de mostaza, que a pesar de su pequeñez original da sombra a los que buscan guarecerse de las inclemencias del tiempo.
 
¿Cómo hacer? Ante todo debemos fiarnos de Cristo y no de lo que nos digan unos y otros. Continuamente nos dicen que si hacemos rebajas en la moral va a venir más gente a la Iglesia. Eso es falso, como demuestra lo sucedido en las Iglesias protestantes. Además, debemos aceptar ser minoría; lo que nos debe preocupar no es el número sino la fidelidad al Señor, estando convencidos de que eso es lo que nos hará ser útiles a Dios y a los hombres. Por lo tanto, cuando algo nos haga dudar, estemos dispuestos a creer lo que nos enseña la Iglesia antes de creer en lo que la sociedad relativista nos dice que es lo verdadero. Y no darle importancia a las críticas que nos hagan por esa fidelidad.